Gerardo Deniz

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El pasado 20 de diciembre murió el poeta así conocido (es un decir), cuyo nombre real era Juan Almela, y cuyo padre, homónimo, era a su vez hijo adoptivo de Pablo Iglesias. Exiliado en Suiza desde 1936, en 1942 se asentó en México, de donde no salió más que en 1992 para visitar España, invitado por su amigo Eduardo Mateo. Tras estudiar diversas materias, se dedicó a corregir pruebas (“erratonero de editorial”, se define en una ocasión) y traducir autores ilustres como Roman Jakobson, Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss. Deniz (nombre que en turco significa ‘mar’), nada precoz como poeta, llamó la atención de Octavio Paz desde sus primeros libros (Adrede, 1970, Gatuperio, 1978), y acabó por figurar en la generación de poetas hispano-mexicanos, bien representados en la antología Ecos del exilio que preparó Bernard Sicot (2003): Tomás Segovia, García Ascot, Nuria Parés, Rodríguez-Chicharro, Luis Rius, entre los desaparecidos; Ramón Xirau, Manuel Durán, Enrique de Rivas (sobrino de Azaña), Angelina Muñiz y Francisca Perujo, entre los aún vivos. No obstante, Deniz se distingue de ellos en que no se siente exiliado político en ningún momento, estándolo de casi todo lo que ofrece el mundo actual; de hecho, al exilio mismo dedicó un ensayo autobiográfico que parece escrito con vitriolo (Paños menores, 2002). Sus aficiones mayores fueron siempre la Química Orgánica, las lenguas raras (en especial las caucásicas, vestigios del Indoeuropeo), la música clásica (en especial Brahms, Prokófiev, Bartók) y los gatos. Sus bestias negras, Marx, Freud, Neruda… y José Emilio Pacheco. Entre los españoles, de otro librito no menos venenoso (Red de agujeritos, 2012), se desprende que tampoco soportaba a Alberti, Aleixandre, Diego, Garfias, Guillén… Es decir, que Deniz, literato malgré lui, es, como Gaya, lector hipercrítico de poesía, y prefiere la música a la literatura. Todo eso resulta visible en su obra crítica o narrativa, que pronto se recogerá en volumen. Pero no menos en su obra en verso, por fortuna ya recopilada y con título vasco bien expresivo: Erdera (México: FCE, 2005). En efecto, ’lengua extraña’ designa bien lo que Deniz llamaba sus poemoides o pseudopoemas, que, por decirlo en breve, son todo lo contrario de la lírica que hoy se estila. Consciente de ello, y de su dificultad por haberlos empedrado de referencias culturales a veces muy remotas, él mismo publicó unas Visitas guiadas (2000) donde aclara muchas de ellas, no sin tomar el pelo al lector, según su costumbre. Si es cierto que la ironía da frescura y perennidad al estilo, estamos ante un autor que, entre irónico y cáustico, en prosa o verso, no deja títere con cabeza de cuantos mitos se ha mantenido el siglo XX.

 

 

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