Foto: Patricia Nieto

Línea 5: Siete secuencias de Pantitlán al Politécnico

Dos cuerpos pequeños se escurren al vagón que  se detiene en la despoblada estación Hangares. Práctica constante de meter y sacar las cabezas en los trenes que  van y vienen de la parada vecina.
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1. Exterior. Estación Metro Pantitlán. Once de la mañana

Irene, tan estudiante y tan bata blanca con el logotipo del Instituto Politécnico Nacional cosido en la manga izquierda. Pantalones negros entubados, pelo más negro que los pantalones y una bolsa tan grande con computadora cuelga negra de la manga sin logotipo. Bienvenida sonora que  arranca con bufidos de motores, gritos de billeteros, grito de la cantante Adele, perro que  ladra y no muerde, y lejos el gruñir de la ciudad. Irene sube 74 escalones que comienzan en el filito de la calle Gustavo Díaz Ordaz hasta la “Pasarela 1”, como lo dice el letrero. Mujer distraída que no se pierde porque  el trayecto va en la memoria: de lunes a viernes, once de la mañana el mismo olor a caldo de gallina desde los puestos de la Avenida Adolfo López Mateos y recorre las 10 pasarelas luminosas y ventiladas que  trazan las tantas “H”  de la estación; la misma paleta de colores desde el azul chiclamino de las tuberías, al rosa-amarillo-café-morado de los letreros que  guían a todas las tantas otras correspondencias del metro: 1,5, 9 y A. Largo corredor con poca gente que  se hace bolas en un primer cruce y sigue hasta la próxima madeja de pasarelas donde Irene tira hacia la izquierda.

Irene disfruta el aire y el ruido y la luz de los tantos pasillos de la red de la estación Pantitlán. Treinta escalones para llegar al andén letrero amarillo: Línea 5, dirección Instituto Politécnico Nacional. Travesía de 50 minutos, 12 paradas sin transbordos, pocos pasajeros, estudiantes casi todos, mujeres más que  hombres, vendedores de útiles y discos piratas de canciones románticas que  no llegan al bolero.

A punto de tocar base, esa amplia y elevada plataforma que  mira hacia el este de la ciudad, una mano gorda masculina jala con fuerza el hombro de Irene. La bata blanca se voltea brusca y pierde rápido su pulcritud. Rabillo del ojo izquierdo de Irene que  alcanza a mirar cómo un hombre de 50 años, gordo, muy gordo, sudado, tan sudado, se desvanece hasta chocar estrepitosamente contra el mármol frío y gris del andén.

HOMBRE GORDO

¡Doctora!

Irene en el piso para desabrochar el pantalón y la camisa del hombre. Fuera zapatos y cartera para conocer nombre y apellido del señor: Jorge Santiago. Y nada más. Irene se asoma a la manga izquierda de su bata para leer en voz alta al señor las letras pequeñas de su escudo cosido:

IRENE

O-don-to-lo-gía.

 

2. Interior. Vagón de Metro. Doce del día.

Dos cuerpos pequeños se escurren al vagón que  se detiene en la despoblada estación Hangares. Práctica constante de meter y sacar las cabezas en los trenes que  van y vienen de la parada vecina Terminal Aérea. Cuatro minutos de trayecto que  tienen las hermanas Nadia y Edith para convencer con sus peroratas a los pocos pasajeros: dormidos, pensativos o ausentes. Nadia de 10 y Edith de 12 años con boca, nariz y pecas pintadas, pantalones de mezclilla, playeras blancas y tenis más blancos. Nadia repite aburrida la estrofa de la broma que  le toca payasear, Edith contesta con más entusiasmo pero con la misma voz mecánica. Hermana menor que  asoma los ojos a la ventana cuando descubre  una avioneta estacionada. Hermana mayor que  no escucha respuesta de su interlocutora. El acto de comedia se desdibuja. Nadia dejó su diálogo olvidado en las alas de la avioneta. El sonido de los frenos anuncia  el próximo final del recorrido 

EDITH (grita)

Pare la trompita, le voy a dar una lenguadita.

Nadia escucha a su hermana y no sabe qué decir ante ese diálogo improvisado, pero obedece: para la trompa para terminar el acto. Edith estira la mano y la estampa en la cara de la infante payaso. Antes de abrirse las puertas cuatro pasajeros depositan monedas en la mano de Nadia.

 

3. Interior. Andén terminal del aeropuerto. Cinco de la tarde.

Cabeza rapada de Kim solo en su lado derecho, botas largas, pantalones cortos, mochila grande y bien colgada sobre dos hombros, camisa sin mangas y lentes de alta graduación. Un andén con luz blanca donde no entra la hora del exterior, tampoco los ruidos de la capital mexicana ni el olor a caño que  habitó la nariz de Kim en el aeropuerto. Visitante que  llegó de Kansas City y prefiere el metro porque  en su guía dice que  todo allí es más fácil. Estación Terminal del Aeropuerto en donde se escucha el silencio sobre el mármol verde y limpio, las paredes sin carteles, botes de basura vacíos y tan poca gente. Kim mira ojos de chinos, gritos en italiano, cabelleras rubias y letreros con apellidos alemanes que  cargan mexicanos de camisa blanca y limpia mientras espera un vagón aunque  no sepa la dirección por tomar. De su mochila saca un mapa. No hay prisa. Perderse en el metro “is nice”, lee Kim en su guía. Un hombre de traje oscuro mira con curiosidad a la joven de cabellera rapada.

KIM

¿Sabe dounde está Coyouacán?

HOMBRE DE TRAJE

Excuser moi, je ne parle pas espagnol.

 

4. Interior. Vagón de Metro. Una de la tarde.

Adriana de cuerpo delgado se balancea de pie con la frente pegada al cristal del vagón del metro. Oceanía-Aragón-Eduardo Molina-Consulado son estaciones tan iguales que  ella ya recorrió tres veces, ida y vuelta, salir y volver a comenzar. Estaciones paralelas a Circuito Exterior, donde suben pocos hombres y más mujeres. Recorrido con la vista hacia locales de comida, bodegas, tiendas de mayoreo que  flanquean el lugar en dónde Adriana sabe que  debe descender. Una última avanzada que  la deposita, otra vez, en la boca de la estación Oceanía. Desciende del vagón cuando ve el letrero que  habrá de cambiarle la vida. Suerte que  es el exterior y no hay cruce de túneles oscuros para llegar a la salida. Adriana siente el torniquete en la cintura para avisarle que  ya pronto pisará la avenida. Solo veinte pasos la llevan al corredero veloz de autos y camiones. Adriana que  pierde el valor y frena en seco al ver el letrero en la esquina. Una náusea. Mujer policía que  mira a Adriana en llanto, tanto llanto que  se le antoja ayudar.

POLICÍA

                                   ¿La llevo a alguna calle?                            

ADRIANA

      No. Laboratorios Chopo, por favor.

 

5. Interior. Estación Consulado. Diez de la noche

Sandra con sombrero norteño bien puesto. Frío en la estación Consulado a donde no llega el aire por estar tan metida en la entraña de la ciudad. Sandra y sus piernas largas esperan otra vez un vagón: tercero en la última hora. El primero en la estación La Villa – Basílica, el segundo para transbordar a la línea 4 y el tercero en Consulado para llegar, ahora sí, al destino final.

Sandra con botas negras de pitón no tan boleadas pero lo suficiente para pisar el autobús que  la lleve a Ciudad del Carmen, Tampico. Estación con gente en el rectángulo donde se cruzan las líneas 4 y 5, y luego cada quien a su línea y todos caben en ese jarrito de noche y corrientes de aire. Otro sombrero aparca junto a Sandra, que  ya cansada pero prendida la alerta por el reciente olor a loción. Botas azules de pitón y maleta grande negra que  se deposita recto en el piso oscuro del andén. Sombrero masculino que  da más alto que  el de Sandra.

SOMBRERO

¿Va pál Norte?

SANDRA

Autobuses del Norte, usted dirá.

                                                         

6. Interior. Andén estación misterios. Ocho de la noche

Judith lleva dos días con los ojos azules. Pupilentes de color por donde se cuela el tono gris tan parejo de la estación del metro Misterios. Pequeño vestíbulo con taquilla, escalera a la derecha, escalera a la izquierda y un puesto de periódicos cerrado. Ni un pasajero, ni un policía, ni un servidor para acompañar a Judith y sus nuevos ojos azules. Judith camina sin salir del andén porque  ya no tiene boletos y mejor se sube al metro. Sus pasos se acaban pronto porque  la estación es pequeña y aburrida. Judith nota el ruido del metro que  se acerca. Echa una mirada al único pizarrón con letreros  del andén. Pupilentes que  se desacomodan mientras Judith lee en voz alta el anuncio que  cuelga con una foto:

JUDITH

Judith Perdomo Martínez.

Sexo: femenino.

Edad: 24 años.

Estatura: 1.60

Tez: morena clara

Ojos: grandes, café oscuro

Se extravió en la estación de Metro Pantitlán el 02 de julio de 2011.

¡Ayúdale a regresar a casa!

 

7. Interior. Estación Politécnico. Tres de la tarde

Ruidero de recreo. Paula que  ingresa al bullicio después de bajar 14 escalones desde el Eje Central Lázaro Cárdenas hasta la boca de la estación Politécnico. Chicharrones con salsa en mano, mochila morada en el otro brazo. Caminata en equilibrio con tacones porque  a lo lejos Alfonso haciendo larga fila por un boleto de metro que  lo lleve de regreso a Pantitlán. Paula ve al estudiante de ingeniería y el bullicio se vuelve silencio y los chicharrones rápido al bote de la basura. La estación con un millar de estudiantes en tránsito con libros, reglas, batas blancas, zapatos sucios y boleados se achica por  los pasos cortos pero rápidos de Paula y Alfonso que  espera y se desespera, porque  hoy todo tarde y él con hambre. Paula levanta los tacones cual caballo andando y da la vuelta al ruedo para que  Alfonso la mire y ella pueda ayudarlo. El portafolio de láminas roza –que riendo– la rodilla de Alfonso, Paula lo jala del brazo y le regala un boleto para tomar juntos el próximo tren del metro. Tacones de Paula que  se arrepienten y  frenan, luego dan la vuelta lejos, más lejos del andén mientras Alfonso la sigue en trance hacia la luz y los tantos hoteles del Eje Central.

PAULA

¿Tienes un ratito?

ALFONSO

¿Hotel Miramar?

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es periodista.


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