La última partícula y el fin de la física

Apareció el bosón de Higgs. ¿Qué implica este descubrimiento?
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Un descubrimiento superlativo

El 4 de julio de este año pasará a la historia como el día en que la física alcanzó su completud en la explicación del mundo material. Ese día, dos equipos de investigadores que trabajan en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN anunciaron simultáneamente haber descubierto una nueva partícula que, según su modesta formulación, es “compatible, dentro de la limitada precisión estadística, con el bosón de Higgs del SM”: Una “caza victoriosa”, según Nature, que no sólo le hizo perder 100 dólares a Stephen Hawking, quien había apostado que jamás sería encontrada, sino que, además, pone fin a la pesquisa más recalcitrante de la ciencia moderna.

Y es que el bosón de Higgs es la pieza que faltaba para completar el diminuto rompecabezas de la materia postulado por el Modelo Estándar (SM), una vez que las 16 restantes –12 fermiones y 4 bosones– habían sido rastreadas, para lo cual fue necesario construir la máquina más grande de la historia. No es de extrañar, entonces, que, como reacción al anuncio realizado durante la 36a Conferencia Internacional de Física de Altas Energías, los científicos presentes, célebres por su desapasionado temple, irrumpieran en aturdidos vítores –y que un octogenario Peter Higgs derramara algo parecido a una lágrima.

Casi 50 años duró la búsqueda, desencadenada en el momento en que Higgs se viera obligado a postular la existencia de una partícula responsable de emitir un campo (el campo de Higgs) que, como un pegajoso fluido, envuelve todas las demás partículas y, al otorgarles masa, impide que salgan disparadas en todas direcciones, poseídas de ingravidez. Se trataba de una partícula excepcional, forastera a la filigrana elegancia hexápoda propia de los leptones y los quarks y aun a la tetralogía de los bosones, a pesar de ser ella misma un bosón. Un ápice impar que, dada su invisible omnipresencia, durante sus años clandestinos le mereció el nombre de “partícula de Dios”[1].

 

Una sensación diminutiva

Y, sin embargo, tal descubrimiento del siglo (como lo han calificado numerosas publicaciones), es, a la vez, el más insignificante de los últimos tiempos. No tanto por sus implicaciones teóricas sino porque desde hace décadas los físicos vienen trabajando como si la existencia de la partícula Higgs estuviera asegurada, sin que la ausencia de una prueba empírica definitiva les impidiera seguir desarrollando sus teorías. La partícula Higgs existe porque no podía no existir. Así lo exige el imperativo lógico de las ecuaciones, así como en ellas estaba prefigurada la existencia de todos los demás corpúsculos que fueron descubriéndose poco a poco –el último de ellos: el leptón tau-neutrino, en 2000.  

Lo que, en cambio, no puede sino llenarnos de pasmo es que una serie de signos matemáticos, emergidos de un cerebro humano, logre dar cuenta de manera tan lograda de una realidad que le es externa. Es como para incitar hasta al más fuerte a caer en la tentación platónica… Si no fuera porque la explicación es otra: La física, de acuerdo a la definición lapidaria de Einstein es “aquella parte de la suma total de nuestros conocimientos que es capaz de ser expresada en términos matemáticos”[2]. No es que el universo sea matemático, el la matemática la que es universal. La ruptura epistemológica o es la ruptura con toda forma de idealismo o no es ruptura.

Por otro lado, la talla del descubrimiento de la partícula Higgs se encoge más aún si consideramos que con él queda tan sólo corroborada la verdad del Modelo Estándar, es decir, la teoría que da cuenta de la materia, y que ésta, la materia, constituye apenas el 4% del nuestro universo. El 96% restante, formado por dos sustancias diversas, llamadas, no sin razón, materia y energía oscuras, no cabe en ninguna de las ecuaciones que pergeñan los físicos y, por lo tanto, no puede ser objeto de la física tal y como la conocemos (así como el discurso no puede ser objeto de la química). Sólo una nueva ciencia, aún por construir, podrá explicar la naturaleza de esos sombríos ingredientes del universo. Rolf-Dieter Heuer, director general del CERN, lo expresa en términos inequívocos: “hemos logrado un éxito, pero ahora es cuando empieza el trabajo realmente”.



[1]Cf.  Leon M. Ledermann & Dick Teresi (1993):  La partícula de Dios: si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, Booket.

[2] "Los fundamentos de la física teórica” (1940). En Sobre la teoría de la relatividad, Sarpe, Madrid, 1983, p. 134.

 

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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