Escribir en llamas

¿Por qué escribir ficción mientras México arde? 
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Del 2 al 23 de noviembre, David Miklos y Francisco Goldman intercambiaron correos electrónicos con la idea de responder a una pregunta que permanece abierta: ¿por qué escribir ficción mientras México arde? 

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De: David Miklos

Para: Francisco Goldman

Fecha: Domingo, 2 de nov., 2014 a las 18:46

Asunto: Diálogo para Letras Libres

Querido Frank,

pese a que nos han presentado en varias ocasiones y a que hemos coincidido tangencialmente en diversos espacios, no nos conocemos en realidad. Aprovecho esta invitación que nos hizo Letras Libres para que, finalmente, lo hagamos, a través de un diálogo bastante pertinente para los días que corren en México.

Tú, mejor que nadie, sabes lo que es un país violentado: eres mitad guatemalteco y mitad estadounidense, y en tu sangre confluye la peculiar historia de Estados Unidos y de América Central –o bien: de América Central con Estados Unidos–, además de que durante los años ochenta fuiste corresponsal de guerra en tu propio terruño. Ya luego, en la década de los noventa, cediste o se te impuso la ficción como modo de expresión y, acaso, ajuste de cuentas tanto con el origen, la memoria y la historia. ¿Estoy en lo cierto?

En ese sentido, creo que la ficción siempre ha sido un buen vehículo para encarar o meterle orden a la realidad, más aún cuando la realidad es violenta (o la historia es violentada). Hoy, en México, vivimos lo que me parece la culminación de la violencia iniciada en el sexenio de Felipe Calderón, trasladada al sexenio de Enrique Peña Nieto y al regreso del pri al poder. Los hechos recientes en Ayotzinapa, Guerrero, y que aún no se resuelven mientras te escribo estas líneas, trajeron consigo a 43 desaparecidos –estudiantes normalistas– y a seis muertos. El gobierno actuó con lentitud mientras que los medios de comunicación aventaron sus conjeturas sin una investigación de por medio.

La sociedad civil, por su parte, reaccionó con celeridad y, pronto, alzó la voz (tal vez de manera torpe, acusando de lleno al Estado, esa abstracción que luego no es más que un punching bag o una escupidera durante el caos). Pero creo que lo más importante fue la aparición en escena de los padres de los normalistas desaparecidos, quienes se entrevistaron con el presidente –cuyo relato de los hechos fue, sin más, vacío– y luego salieron a la arena pública para compartir sus voces y su sentir, además de sus demandas y, sobre todo, su dolor y su negación a aceptar las fosas que el gobierno y los medios de comunicación les ofrecían como respuesta a lo acontecido (“Vivos se los llevaron, vivos los queremos” se convirtió en el grito de protesta), además de que no hicieron mención alguna a las teorías de la vinculación del narcotráfico con la crisis. Es decir: los padres de Ayotzinapa revirtieron el discurso oficial, planteado a partir de Calderón con la guerra contra las drogas –término acuñado en Estados Unidos, claro está–, y salieron a la luz pública con un discurso concreto: se llevaron a nuestros hijos y los queremos de vuelta.

Todo lo anterior para regresar a mi punto de partida: la escritura de ficción durante el incendio social y político. ¿Por qué escribir ficción mientras el país arde? Yo no puedo dejar de hacerlo (hice una novela distópica, ficción pura y dura, que presentaba un territorio, ya no un país, devastado por la Violencia mayúscula, por ejemplo), además de que no sabría expresarme de otro modo. ¿Qué piensas tú al respecto?

Te dejo un abrazo,

David.

***

 

De: Francisco Goldman

Para: David Miklos

Fecha: Viernes, 7 de nov., 2014 a las 10:54

Asunto: Re: Diálogo para Letras Libres

Hola David,

Gracias por tus reflexiones, que para mí van a la médula. En días como estos, las preguntas cabronas que planteas empiezan a surgir. Es tan fundamental como: ¿qué hago con mi día hoy? (Mucha gente enfrenta preguntas semejantes: ¿voy a la marcha o ayudo a mi hijo preparar su examen? ¿Voy a mi trabajo o…?) Esta mañana estaba decidido a trabajar mi novela. A pesar de estar algo cansado por el derroche emocional y la larga caminata de la marcha anoche, aquí en la ciudad de México, logré levantarme a las siete y media y me puse a chambear en la novela. El plan era trabajar hasta medio día y solo hasta entonces levantar la cabeza para ver qué pasaba en el mundo real. Como he estado escribiendo sobre Ayotzinapa y los 43 normalistas para el The New Yorker, pensé que debería caminar hasta la sede de la pgr en Reforma para ver el cerco que los estudiantes habían anunciado poner ahí hoy, entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. Si logro trabajar bien en la novela, me dije, voy; si no, no me doy “el lujo”. Y si me absorbe la novela… un ratito. Pero quería ver qué publicaban SinEmbargo.com y AnimalPolitico.com sobre la marcha, así como las otras nuevas noticias del día. Hacia las ocho y cuarto, ya no aguantaba la curiosidad y fui a ver las noticias. Toda la mañana me sentí agitado, transitando entre la novela y los sitios de internet, e incluso por Twitter. Trabajé poco, pero al menos algo, mejor que nada. Al medio día, vencido, un poco fastidiado conmigo mismo, caminé hacia la pgr.

Perdón, David, pero no es cierto que me hice corresponsal antes de escritor de ficción. Es una larga historia, pero saliendo de la universidad empecé a publicar cuentos en la revista Esquire. Entonces ellos, en 1979, me ofrecieron la oportunidad de volver a América Central para hacer un articulo freelance. Por ese tiempo, ya sabía que quería situar mi primera novela entre Massachusetts, donde crecí, y América Central. No había estudiado periodismo, solo literatura. Tuve que aprender cómo hacerlo. Después de ese primer artículo pasé a la revista Harper’s. Escribir artículos y crónicas era una manera de ganarme la vida –pagaba muy poco, pero era joven, no me importaba, etcétera–, apenas lo suficiente para mantenerme en Guatemala y aprender. Como sabes, eran años tremendos, de mucha violencia y sufrimiento, increíblemente crueles para las poblaciones de esos países, pero para Guatemala en particular. Me quedó muy grande el tema: yo tenía que crecer mucho, madurar, absorber y aprender para poder abordar tales temas en mi obra de ficción. Esos tiempos fueron mi universidad. Tardé años. No fue sino hasta 1992 que esa primera novela se publicó. Y, sí, como muchas primeras novelas fue autobiográfica, pero parte de ella era una versión de la realidad guatemalteca muy personal, muy vivida en carne propia, descrita muy de cerca; en medio de la guerra, pues.

Nunca me he sentido obligado a renunciar a la ficción. Como tú, a pesar de que en tiempos como estos en México no son fáciles, sigo fiel. He dedicado mi vida a este pinche arte que amo y que en realidad es un oficio muy marginal, como quizá debe ser –odio la solemnidad o soberbia de cierto tipo de “novelista”– y también es de lo que vivo. No pienso que la novela es en sí misma algo útil, que tiene o debe tener un uso político. Es el lector quien decide qué valor tiene. ¿Qué es la novela para mí? Una búsqueda de algo que solo se puede expresar escribiendo una novela, y ese algo incluye la búsqueda de su propia estructura, su estilo, patrones, ritmo, etcétera. Sigues el susurro de la intuición y la memoria, y muchas veces no sabes ni qué va pasar en la próxima página. Creo que la novela sale mejor cuando es así. Claro que de algún modo u otro es un encuentro contigo mismo, con tu ser más íntimo. Hay mucho riesgo de vergüenza, de fracaso. Quizá romper el silencio es un peligro siempre. El dolor es fundamental. Pero quizá, como más o menos especuló W. H. Auden en algún ensayo, la primera pronunciación humana fue “¡Ow!” Algún cavernícola se tropezó, su pie pegó contra alguna piedra, dura y aguda, y gritó “Ow”; luego otro hizo lo mismo, etcétera. Ahí empieza el lenguaje humano y el canto de su experiencia. El dolor es quizá la semilla o el comienzo; otros han dicho que es la muerte y la pérdida. Finalmente, el deseo o el desafío de buscar, de entender, de dramatizar el dolor ajeno. Eso también es el arte de la novela, y una de las pocas cosas que la novela tiene en común con cierto tipo de periodismo.

Cuando no escribo me siento como un flojo inútil, no sirvo para nada. Cuando escribo, sé que lo estoy haciendo con todo mi ser, con todo lo que pienso y opino: de una u otra manera, ahí voy a estar. En los mejores tiempos –como en el pasado mes de julio, cuando llegué al df después de mi semestre como profesor de literatura y escritura creativa en Estados Unidos, hasta el final de septiembre– logré escribir hasta ocho o incluso diez horas al día, duro y paciente, pero rico trabajo, y entré en ese trance en el que pienso en mi novela noche y día, ese lujo que casi todo novelista anhela. Llegó Ayotzinapa y las cosas cambiaron. Sigo trabajando una novela que no tiene nada que ver con esto, una novela muy íntima, que prácticamente es la única cosa mía en el mundo, y no me arrepiento.  Pero soy ciudadano también. Admito que, ahora, mi concentración está fragmentada y que voy tener que disciplinarme –despertar más temprano, trabajar la novela menos horas que antes, etcétera– para mantener vivo ese mundo privado de la novela, mientras que a la vez me sumerjo, con la misma convicción, a practicar el periodismo durante esta emergencia. Necesito salir a la calle en búsqueda de lo que está pasando. Me gusta observar, preguntar, escuchar. Es un privilegio poder compartir lo que aprendo, y a veces lo que pienso, en la escritura, en crónicas, etcétera. Ahora tanta gente busca cómo ayudar, qué hacer. Tan solo marchar ya es algo, lo mismo que hablar con tu familia o tus colegas, hacerles ver; ayudar a que este despertar crezca también es algo.

Entonces fui a la cerca de la pgr. Después del optimismo y la emoción generados por la gran marcha de anoche, aprendí algo concreto, algo que me preocupa. “¿Ahora qué viene?” Es lo que preguntó, ahí, uno de los estudiantes oradores. “Vamos a tener que usar nuestros cocos”, gritó. “¿Cómo vamos a sostener este movimiento civil que –al menos en la ciudad de México– depende tanto de los estudiantes si ya vienen las vacaciones de Navidad?”, preguntó el orador. ¡Tan jóvenes, muchos de estos estudiantes, todavía son adolescentes! ¿Puede ser cierto que dependa tanto de ellos? ¿Que sean ellos los que mueren y que sean ellos quienes tengan que despertar y mover a la sociedad? Las familias de las víctimas también están inspirando a muchos, pero esas familias no se pueden quedar solas. Pregunté a un grupo de mujeres jóvenes que si era cierto y ellas, con sonrisas resignadas, me dijeron que sí, que sí es un problema, que la Navidad es un tiempo en que todos se aíslan con sus familias, durante varias semanas. Un problema aparentemente pequeño que puede ser grande, como una piedrita en el zapato.

¿Ahora qué viene? ¿Qué viene en estos días, semanas, meses? Seguro que sorpresas, cosas grandes, horribles, extraordinarias; cosas que dan esperanza, otras que la bajan. Pero yo sí creo que esto va de menos a más. No solo en México (ve las portadas de Sin Embargo hoy) sino en el mundo, que está indignado y despertando a este abismo de mal gobierno, impunidad, caos y tragedia que es México ahora. No exageran.

Sí es coherente culpar el gobierno federal, no es simplemente un punching bag. Uno puede irse a los detalles –todo lo que ha hecho mal el gobierno y la pgr en Iguala y Ayotzinapa y en tantos otros casos–, pero tampoco puedes perder de vista el bosque por los árboles. Este es un problema generado por la impunidad y la corrupción que reina a todos los niveles en este país, y de la falta de un Estado de derecho. Eso es responsabilidad, siempre, de las máximas autoridades públicas, del gobierno, que fue elegido para cumplir con esas responsabilidades, y que tiene el deber de garantizar el bienestar y la seguridad de su población por encima de cualquiera otra agenda.

David, quizá podamos aplicar un poco nuestros “cocos” a esa pregunta. ¿Qué viene?

Un abrazo,

F.

pd. Perdona, por favor, mi torpe español: suelo escribir en inglés. Por lo general, solo escribo correos en español, aunque estoy más que dispuesto a intentarlo aquí también.

 

 

La conversación completa puede leerse en nuestro número de diciembre de la versión para tabletas

Letras de un país que arde

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David Miklos (San Antonio, Texas, 1970) es escritor y editor. Dirige la revista de historia internacional Istor de la División de Historia del CIDE, en donde se desempeña como profesor asociado y coordinador del Seminario de Historia y Ficción. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2008. Es autor de los libros La piel muerta, La gente extraña, La hermana falsa, La vida en Trieste, Brama, El abrazo de Cthulhu, No tendrás rostro, Dorada, Miramar y La pampa imposible.


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