“El lenguaje está en el fondo de todo lo que hacemos”

 Entrevista con Yuval Noah Harari.
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Yuval Noah Harari (Haifa, Israel, 1976), catedrático del departamento de historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, se especializó en historia medieval y militar y se doctoró en Oxford en 2002. En los últimos años se ha dedicado a plantear preguntas macrohistóricas como ¿cuál es la relación entre la historia y la biología? O ¿las personas eran más felices en la prehistoria? En 2014 publicó un celebrado y controvertido bestseller internacional que también se puede leer en español en Debate, De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. Harari recorre en más de cuatrocientas páginas los, aproximadamente, ciento cincuenta mil años que lleva el homo sapiens en la Tierra, tiempo en el que pasamos del “orden animal” al momento “en que empezamos a crear vida”. Una (breve) historia de la humanidad en la que echa mano de la psicología emocional, los conceptos teológicos, la ingeniería genética, los intríngulis de la química hormonal humana, las leyes en las sociedades antiguas, la economía de mercado y la biología evolutiva. Harari replantea ideas tradicionales sobre el paso al sedentarismo con la invención de la agricultura (aunque ya Jared Diamond llamaba a la agricultura “el peor error de la historia de la especie humana”), la invención de ficciones –como las religiones, el Estado o el dinero–, el papel del chisme en la evolución del ser humano y la idea de la felicidad como motor de las economías de consumo.

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En su recuento de la humanidad piensa que es factible dejar de ser mortales, lo que implica un vuelco en la historia.¿Se considera usted un historiador optimista o un fatalista?

Trato de ser realista. Solemos perder la dimensión de lo difícil que resulta enfrentar la realidad cuando somos optimistas o pesimistas, pero casi siempre las buenas y las malas cosas suceden de manera simultánea, por lo que no deberíamos casarnos con una u otra postura. Hemos visto, por ejemplo, cómo se ha deteriorado el medio ambiente, la temperatura en los polos aumenta, los océanos elevan su nivel costero y la extinción de algunas especies parece irrefrenable. Al mismo tiempo, el nivel de violencia en el mundo ha disminuido de manera significativa, lo cual no quiere decir que haya desaparecido del todo ni que sea menos cruel. Existen guerras en Medio Oriente, pero aun así vivimos el periodo más pacífico en la historia de la humanidad. No solo se han reducido el número de conflictos y las regiones donde estallan, sino que la naturaleza misma del binomio guerra/paz ha cambiado. No hace mucho la guerra era una alternativa a un diferendo internacional. Hoy no es así, es impensable un conflicto armado entre Francia y Alemania en los próximos meses, o entre Brasil y Argentina el año entrante. Es tan simple como que nadie en esos países ni en muchos otros está considerando la posibilidad de agredir a alguien más. Buenas y malas cosas suceden juntas, y un historiador debe ver ambos ángulos.

Una de sus ideas centrales es la ventaja evolutiva que significó haber tenido una diversidad de lenguajes gestuales, orales y, sobre todo, escritos.

El lenguaje es extremadamente importante puesto que está en el fondo de todo lo que hacemos. Los seres humanos controlan el mundo porque saben cooperar; muchos animales son gregarios pero son incapaces de organizarse en grupos grandes. El control que los humanos ejercemos no es de carácter individual, yo no soy más fuerte que un chimpancé ni más rápido que un león. Sin embargo, al trabajar en grupos que pueden sumar millones y millones de personas creamos sociedades, pensamiento político, leyes, arte, sistemas de salud pública. Eso nos da mayor fuerza.

¿Por qué los sapiens prevalecimos a costa de los otros homínidos? ¿Eran demasiado familiares para ignorarlos y tan diferentes que no podíamos tolerarlos?

Sobrevivimos, en buena medida, gracias a las características únicas de nuestro lenguaje, a su naturaleza ficcional. Al igual que otras especies de animales utilizamos nuestras capacidades comunicativas para describir la realidad. La amenaza de un depredador, por ejemplo. Pero también somos capaces de usar el mismo lenguaje para crear una realidad inexistente, una ficción. O, mejor dicho, una serie de ficciones que dan cohesión a las sociedades humanas, como son el dinero, las naciones, los dioses, los derechos humanos. Todo esto no existe, salvo en las historias que nos contamos y en las que creemos. No es posible convencer a un grupo de simios de que se organicen y lleven a cabo algo en grupo simplemente diciéndoles: “Háganlo y les prometo que en la otra vida van a gozar de interminables pencas de plátanos.” Ningún simio moverá un dedo. Pero los humanos sí, y por ello construimos hospitales y catedrales, y también por eso nos unimos a las cruzadas. Esto se repite en el mundo de la economía. El dinero no es real, está basado en una ficción. Por lo mismo ninguna otra especie usa dinero. En cambio, los humanos podemos viajar miles de kilómetros con pedazos de papel y plástico, y los extraños de aquel lugar los aceptarán porque creen en la misma ficción.

¿Por qué los otros homínidos no sobrevivieron, en particular los neandertales? ¿No supieron cooperar o nuestra tendencia a dominar acabó con ellos?

Los neandertales eran más fuertes y sus cerebros también eran más grandes que los nuestros. Sin embargo, desaparecieron al igual que los demás homínidos que poblaban la Tierra hace unos treinta mil años. ¿Por qué? Probablemente porque no sabían cooperar más que en grupos pequeños. No sentían la necesidad, como nosotros, de comerciar con otros, sin importar cuán lejos se encontraran. Las excavaciones arqueológicas demuestran que los sapiens intercambiaban conchas de mar en regiones lejanas a la costa, mientras que en asentamientos de neandertales solo se han encontrado objetos locales. También sabemos que los sapiens cooperaban para cazar y quizá para pelear, mientras que los neandertales no lo hacían. Hace cien mil años coexistían al menos seis especies de homínidos semejantes a nosotros, y conforme los sapiens fuimos moviéndonos por el planeta los demás desaparecieron. Es peculiar que existan diversas especies de aves y felinos, por ejemplo, pero no de homínidos.

En su libro insiste en que el adn y el cerebro de los sapiens responden como si aún habitáramos en la sabana. ¿Terminará esto en un futuro cercano? ¿Nos convertiremos en otra especie al cabo de diez mil años?

Aún seguimos “programados” para ser cazadores-recolectores, no para ser oficinistas ni campesinos. Eso lo vemos en la vida diaria, en la manera en la que reaccionamos ante la comida. Cuando abrimos el refrigerador y vemos un yogur y al lado un trozo de pastel de chocolate, nuestro instinto buscará el azúcar, aunque lo reprimamos. La causa es que cuando nuestros antepasados encontraban fruta dulce en un arbusto en la sabana, sabían que debían comer lo más posible: si dejaban un poco lo más seguro es que cuando regresaran otro ya habría acabado con ella. Nuestra condición genética ancestral nos induce a comer todo el azúcar posible, aunque eso está empezando a cambiar en consecuencia de la invención de técnicas de manipulación genética y nanotecnologías. Es la razón por la que titulé al libro De animales a dioses; durante mucho tiempo nos mantuvimos en el orden animal y ahora es cuando empezamos a crear vida. Estamos en el proceso de convertirnos en dioses, y esto es literal, no una metáfora. Hemos comenzado a dominar capacidades que se creían reservadas a las divinidades.

¿En los próximos años pasaremos a una nueva era de progreso –si se descubre una manera de fusionar el átomo en frío– o caeremos en un nuevo oscurantismo? En estos días se hizo legal en Gran Bretaña concebir bebés de diseño, con el adn de tres padres.

Nos adentramos en una época de cambios aún más vertiginosos e insospechados que antes. Las estructuras sociales y económicas se han conservado hasta ahora más o menos estables. Hace algunos siglos las personas no experimentaban muchos cambios en sus vidas. Si uno visitara México hace mil años y le preguntara a un habitante de Mesoamérica o de la península de Yucatán cómo imagina la vida en cincuenta años, seguramente diría que igual: habría campesinos, guerreros, sacerdotes, celebraciones, las mismas pirámides. En cambio hoy sería imposible diagnosticar qué pasará en el mediano plazo. Nadie tiene la menor idea de si los sistemas computarizados terminarán por provocar la desaparición del oficio de conductor de taxi y autobús o el de cajero bancario. Nadie sabe si en 2065 existirán personas inmortales o todo será una ilusión; si habrá cambiado el concepto de género: ¿qué significaría ser una mujer por la mañana, un hombre por la tarde y un adolescente andrógino por la noche? Hoy es apenas una insinuación. En algunas décadas podríamos conectar nuestro cerebro a una computadora y experimentar en nuestro interior todo lo que puede sentir alguien que tiene otro sexo por unas horas o por un día. Para bien o para mal, todo será muy distinto.

Usted ha dicho que existen historias en las que si todos dejáramos de creer no pasaría nada, como las religiones. En cambio, hay otras historias, como el dinero, que son imprescindibles. ¿Cuál es nuestra mejor ficción?

Sin duda hay algunas historias que ya no son necesarias. Creer en dioses ha dejado de ser trascendental, excepto por inercia. Millones de personas no creen en divinidades y el mundo sigue su marcha. Muchas sociedades son pacíficas, laboriosas y prácticamente laicas. Sin embargo, si dejáramos de creer en las leyes y en el dinero, todo se derrumbaría. Ninguna sociedad podría ir muy lejos sin una moneda de cambio. Regímenes obtusos como el de la Unión Soviética intentaron prescindir del dinero y terminaron muy mal. No creo que nadie sensato vuelva a intentarlo.

¿Cuál es el motor de la evolución humana: el miedo o la búsqueda de felicidad?

En el fondo es la insatisfacción. Algunos resortes están asociados a la búsqueda de felicidad, pero no importa cuántos logros consigamos, al cabo de un tiempo nos sentimos insatisfechos. Incluso si experimentamos algo muy placentero en algún momento empezaremos a buscar más. En términos históricos eso significa que, al margen del método que pongamos en práctica, lo que logremos nunca será suficiente. Esto genera un enorme desequilibrio entre poder y felicidad. Los humanos somos muy buenos para adquirir poder pero muy malos en traducir esta fuerza en un sentimiento feliz. Parece que hemos aumentado nuestra sabiduría y conocimiento pero no somos más felices que en nuestros primeros años en el planeta. Hoy, en los países desarrollados, una persona consume sesenta veces más energía que un habitante de la Edad de Piedra, pero ¿es sesenta veces más feliz? No lo creo.

¿La historia, entonces, es una acumulación de cálculos equivocados?

Hay muchas previsiones erróneas a lo largo del acontecer humano. Se hace un pronóstico y en la realidad resulta otra cosa muy distinta. Cuando abandonamos la cacería y recolección de frutos luego de la revolución agrícola, la gente pensaba que su vida iba a mejorar, que habría más alimentos, como en efecto los hubo. Pero también creció de manera significativa la población humana, entonces su dieta variada y su dinámica cotidiana se vieron transformadas y disminuidas. Mientras que cazar y recolectar exigía trepar un árbol, correr para escapar de un depredador y estar alerta para reconocer los diferentes frutos, la labor del campo era, y es, un trabajo duro, monótono y sedentario. Incluso hoy resulta más interesante salir a buscar hongos al campo que estar sentado en una oficina tecleando mensajes electrónicos. No solo eso, la sociedad de los cazadores-recolectores era más igualitaria que la agrícola, pues en ella comenzó la explotación humana.

¿Somos más felices creyendo ficciones, constructos imaginarios, que buscando una vida mejor?

Algunas historias nos dan felicidad, sí, pero entender la realidad y conocer la verdad nos permite ser felices en forma más perdurable. Esto no hace que nuestras vidas sean más fáciles, pero si descubres quién eres, qué puedes hacer en este mundo y cuál es tu lugar, logras producir una sensación más duradera de felicidad que el placer y las comodidades.

Los progresos técnicos han hecho que el mundo esté más comunicado. ¿Cuáles podrían ser los efectos de este mundo tan distinto al del primer sapiens?

Sí, vivimos en un mundo más comunicado, sin embargo muchas personas se sienten cada vez más solas. Este es un fenómeno reciente (desde hace unos doscientos años) que ha ido en aumento. La gente vivía muy apegada a su comunidad y no podía prosperar sin ella; hoy existen hospitales, escuelas públicas, seguridad social, residencias de ancianos que permiten a la gente vivir y morir sola, alejada de su familia. El Estado y el mercado se encargan de todo.

Fukuyama anunció el fin de las ideologías y, por ende, de la historia. ¿Cree que estamos llegando a ese momento?

No estoy muy seguro de que haya sido realmente el fin de las ideologías. Fukuyama se refirió al asunto cuando finalizó la Guerra Fría y las democracias liberales capitalistas triunfaron sobre las autocracias totalitarias comunistas. Entonces se anunció el fin del capítulo. “Muy bien”, dijeron, “todo acabó y este es el modelo a seguir”. Pero después de veinte o veinticinco años vemos que la historia continúa en movimiento y que hay nuevos desafíos en las democracias liberales y en el capitalismo. El desafío de los fundamentalistas religiosos, por decir uno. Sin embargo, estoy convencido de que los mayores retos se están gestando en el campo de la tecnología. Las nuevas tecnologías crearán ideologías inéditas que llegarán a ser más poderosas que la democracia, el capitalismo y el fundamentalismo religioso. Así que las nuevas ideologías y religiones no surgirán de Medio Oriente o del Estado islámico sino de parques industriales como Silicon Valley en California. Ahora mismo en Silicon Valley no están creando solo nuevos gadgets sino nuevas religiones. Han concebido visiones del futuro, de cómo abandonaremos nuestra miseria humana y nos convertiremos en divinidades, de cómo construiremos una inteligencia cósmica a través de internet, sondas espaciales y otros dispositivos. Todo esto forma parte de visiones religiosas, no meramente técnicas, las cuales dominarán nuestras democracias y transformarán radicalmente la economía, la vida diaria, la naturaleza humana y la de muchos organismos que no se hayan extinguido entonces.

Eso producirá nuevos valores sociales…

Cierto. La libertad y la igualdad han sido sustituidas por el derecho a la información, que no es lo mismo que gozar de libertad de expresión. Este último es un concepto liberal, que nos permite reservarnos nuestras opiniones o bien decirlas cuando así nos convenga. Nadie puede interferir en mi espacio privado, interno. En cambio, en este nuevo mundo digital, lo importante es que la información sea libre, incluso por encima de los conceptos de libertad e igualdad. La nueva religión inspirada en el poder de estar informado y manejar datos generará nuevas ideologías, por ello Fukuyama estaba equivocado.

Las contradiccionesy los chismes –lo que usted llama en su libro la disonancia cognitiva–, ¿son motores de cambio creativo?

Existe la tendencia a pensar que la historia es coherente y que las cosas encajan más o menos de manera lógica. Pero no es así, siempre hay contradicciones. Hoy creemos en la libertad y en la igualdad. No obstante, se contradicen: entre más libertad menos igualdad tenemos en una sociedad y viceversa. Esto no es malo: es una chispa para echar a andar la creatividad humana. El arte es una cadena de contradicciones. En cuanto a los chismes, tendemos a pensar que son triviales, algo que debe ser ignorado, pero en realidad son un ingrediente esencial del comportamiento humano. Somos animales sociales y vivimos bajo constante escrutinio. Todo lo que hacemos está calculado en función de la confianza o la desconfianza hacia nuestros semejantes. Si sales a cazar, dependes de tus compañeros; si te enfermas, dependes de alguien que te cuide. Y esto solo se sabe hablando de los demás: quién es mi amigo, si aquel es amigo de mi enemigo, ¿debo también cuidarme de él? Así que necesitamos una gran cantidad de información social y el chisme es el vehículo que hemos utilizado durante miles de años. De hecho, hay quienes piensan que significó un estímulo determinante en la sofisticación del lenguaje hablado y escrito. El lenguaje humano no evolucionó para hacer arte, filosofía, matemáticas y leyes, sino para chismear sobre otros miembros de la comunidad. Incluso actualmente la mayor parte de una investigación académica se hace de esta forma. Si dos historiadores se reúnen en el descanso a tomar un café, hablarán unos minutos de la Revolución francesa y la Primera Guerra Mundial, pero enseguida pasarán al chisme sobre la colega que ha roto con su pareja o sobre el profesor que piensa publicar ideas equivocadas. Mucha gente piensa que esa es la manera más disfrutable de usar el lenguaje. La teoría económica y la física nuclear pueden dormir al público pero los chismes sobre la Bolsa y la vida íntima de los físicos los despierta de inmediato.

En su libro parece hacer un elogio de los imperios.

Al igual que otros sucesos históricos, el surgimiento de los imperios trajo consecuencias nefastas y aspectos positivos en la vida de las personas. Estamos acostumbrados a escuchar las cosas malas que provocan las sociedades imperiales y olvidamos que nuestro mundo es heredero de ellas. La mayor parte de la gente en el mundo habla, piensa y sueña en lenguas forjadas por imperios. Las religiones han sido difundidas por imperios y lo mismo sucede con la arquitectura y los modelos éticos que están en la base de toda civilización contemporánea. Es imposible obviarlos. ~

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Publicado originalmente en nuestro número para tabletas de marzo 2015 

Desde Itunes: http://letraslib.re/lslsapp

 

 

 

 

 

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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