¿Octavio Paz vs. Cosío Villegas?

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OCTAVIO PAZ Y COSÍO VILLEGAS POLEMIZAN

Octavio Paz amaba la discusión. Era un polemista incisivo, hábil y duro. Las polémicas más conocidas lo enfrentaron a intelectuales de izquierda. Uno de los enfrentamientos más comentados fue con Carlos Monsiváis en 1978, a propósito de la izquierda mexicana. Allí Paz calificó a Monsiváis de no ser “un hombre de ideas, sino de ocurrencias”. Lo que no es tan conocido es que Paz toma prestada esta expresión de Manuel Azaña.

En la época en que Ortega y Gasset publicó en un diario su famoso ensayo España invertebrada (1920) y lanzó la Revista de Occidente (1923), Azaña reaccionó muy críticamente contra el filósofo, quien habría despertado grandes expectativas como “genio tutelar” de su generación, pero se habría quedado en “revistero de salones”. Azaña hizo estas anotaciones privadas en su Cuadernillo de apuntes y allí añadió una cruel caracterización que se hizo famosa cuando se publicaron mucho después en México los apuntes en sus Obras completas, en los años sesenta. Azaña escribió allí: “Una cosa es pensar; otra cosa tener ocurrencias; Ortega enhebra ocurrencias”.

Otra polémica, poco conocida, es la que confrontó a Paz con Daniel Cosío Villegas. Me enteré de esta discusión gracias al director de la Revista de la Universidad de México, mi amigo Ignacio Solares, durante una conversación en un programa de TV-UNAM donde comentó la rudeza de esta confrontación. Octavio Paz publicó en julio de 1964, en dicha revista universitaria, un ensayo sobre Luis Cernuda, a quien admiró siempre como el mejor poeta de su generación. En una nota al pie Paz escribió: “El Colegio de México, o más bien Alfonso Reyes, le dio [a Cernuda] una beca que le permitió escribir sus estudios sobre poesía española contemporánea; a la muerte de Reyes, el nuevo director lo despidió, sin mucha ceremonia”.

Resulta que el “nuevo director” era nada menos que el historiador Daniel Cosío Villegas, quien se indignó por la nota. Envió una carta al director de la Revista de la Universidad de México, Jaime García Terrés, que se publicó en octubre de 1964. Después de burlarse por la coma innecesaria entre las palabras “despidió” y “sin”, explica el error de Paz y señala que el propio Cernuda se despidió del Colegio en agosto de 1961 para irse como profesor visitante a una universidad de los Estados Unidos. Pero Cosío no se detuvo aquí: quiso investigar las causas que habían inducido a Paz a quejarse. “Queda la tarea –escribe Cosío– de aclarar por qué don Octavio Paz ha cometido este error. En primer lugar, claro, por su absoluta irresponsabilidad. Luego, la confianza de que si uno es suficientemente discreto para aludir a una persona sin nombrarla, la acusación no será rectificada y producirá su efecto venenoso. En seguida está la vanidad patológica de Octavio Paz: no sólo se considera a sí mismo el más excelso poeta y el más profundo ensayista del orbe, sino que en este ensayo se pinta como el único hombre en la tierra que supo entender y apreciar a Luis Cernuda”.

No quedan las cosas en este punto ya candente. Cosío aprieta un poco más la soga: “Pero hay una tercera razón más concreta que explica la gaffe de don Octavio. Su naturaleza es tal, sin embargo, que si yo fuera él, me pondría inmediatamente en manos de un psiquiatra, pues Paz “proyectó” en don Luis Cernuda una experiencia personal suya”. Y a continuación Cosío explica cómo y por qué le suspendió en 1954 a Paz una beca de 600 pesos mensuales que cobraba desde 1954: el Colegio era pobre y Paz ganaba un sueldo muy elevado de diez mil pesos. La beca del Colegio, pues, apenas le serviría al poeta para sus cigarrillos y era innecesaria.

Obviamente, Paz se enojó. Envió una carta (publicada en el mismo número de la revista), donde aclaraba que su intención no era atacar ni delatar: “me propuse ilustrar con dos ejemplos la actitud de los intelectuales ante los artistas”. Atribuye el incidente a un equívoco: “Cernuda creyó que con frías y correctas maneras burocráticas, se le quería despedir y se alejó voluntariamente”. Pero también Paz quiso buscar los motivos personales: “No es un misterio que el señor Cosío Villegas, por afectación anglicista o inclinación natural, es un témpano en el trato con sus semejantes y que ha hecho de la impertinencia y el desdén, ya que no un estilo, un hábito. Cernuda tenía fama de susceptible; Cosío Villegas la tiene de intratable: todo se explica”.

Después de asombrarse por la exageración en el monto atribuido a sus ingresos y por el celo en descubrir sus gastos en tabaco, sugiere que la doble vocación (Catón y Torquemada) del historiador sería mejor empleada en alguna sección de investigaciones de la Dirección de Impuestos. Para terminar, Octavio Paz coloca una banderilla: “A pesar de su crítica de los extremos y extremismos hispanoamericanos, el señor Cosío Villegas es un hombre desmesurado. Esa índole extremosa lo ha llevado a acometer grandes y desinteresadas empresas; pero tiene el defecto de poner la misma pasión descomunal en las cosas pequeñas. Su carta es un ejemplo de cómo la pequeñez también puede ser desmesurada”.

No es este el lugar para hacer la anatomía de este enredo ni explicar la larga enemistad entre Cosío y Paz. Esa es una tarea para los excelentes biógrafos de los contendientes, mis amigos Enrique Krauze y Enrico Mario Santí. Sirva aquí este recuento para recordar que muchas veces los debates entre intelectuales rezuman una agresividad que obedece al uso de caracterizaciones personales ofensivas. Es mejor el debate de hechos e ideas que la critica al contendiente por la naturaleza de su persona. Es preferible no manchar los argumentos con ataques ad hominem.

Pero la historia no termina aquí. Octavio Paz, doce años después, dio otra vuelta de tuerca, pero esta vez para aflojarla. En abril de1976, a la muerte de Cosío Villegas, Paz publicó en la revista Vuelta un ensayo donde recorre la obra del historiador, repasa con agudeza sus ideas sobre México, las enmienda y las completa (“Las ilusiones y las convicciones”, que ahora forma parte de El ogro filantrópico). Exalta en Cosío la rectitud de su conducta, su inteligencia, su ironía y su lealtad con los demás y consigo mismo. “Nosotros procuraremos –escribe Paz– ser fieles a su memoria siendo fieles a su ejemplo: defenderemos siempre la libertad y la independencia de los escritores”. Pero Cosío ya no estaba para escuchar cómo su contendiente rendía las armas con generosidad.

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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