El chiste de Frida

Entre la manía y la fobia se organizaron dos fiestas para Frida: la de la sensiblería y la del desprecio. Sin embargo, a todos los que se invitaron a la celebración de la efeméride se les pasó hablar de pintura. 
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A José Ignacio González Manterola,

por los privilegios de su vista.

 

Las efemérides no son la mejor manera de acercarse a un tema; de inmediato nos remiten al personaje, y no a su obra. El último cumpleaños de Frida Kahlo fue celebrado por quienes, envalentonados por los sentimientos, convirtieron las frases de la pintora en consejitos rápidos contra el desamor. La Frida epifánica se parece al sabio Mandela y al maestro García Márquez; salvo que a ellos se les cita para revelar aspectos de la política o de la literatura, y a ella, para hablar de un tema “propio de las mujeres”. Sucede así que conocemos la trayectoria de sus romances, pero no la de su plástica.

Para el fastidio de muchos, las fotos y los refranes de Frida circularon en las redes sociales, y la opinión del montón culto —pero, al fin y al cabo, montón—, juzgó, rápida y descuidada, que su pintura es mala, o bien, que “no tiene chiste”. Entre la manía y la fobia se organizaron dos fiestas para Frida: la de la sensiblería y la del desprecio. Y junto a ellas, otra más, la que menos me interesa porque se limita a decirnos cuál era el nombre completo de la pintora, su fecha de nacimiento y, si acaso, el título de su cuadro más famoso. La fiesta institucional, lo sabemos, insiste en inscribirse en el género de la monografía de papelería. Sin embargo, a todos los que se invitaron a la celebración de la efeméride se les pasó hablar de pintura.

1. Los exvotos laicos

Los exvotos son pinturas de pequeño formato que, desde la Colonia, se ofrecen a la divinidad como muestra de gratitud por un milagro. Como sucede con otros géneros, este también tiene una sintaxis. La filacteria narra, en unas cuantas líneas, la tragedia que aquejaba al devoto y la intervención divina. En las cartelas se escribe el día, el mes y el año para que el milagro entre al registro del calendario, y no se pierda entre los días. El tercio superior, ya sea en medio o a los lados, se destina al santo o a una de las advocaciones de Cristo o de María. El lugar que ocupan en la composición o la desproporción de su tamaño son, por sí mismos, indicios de lo extraordinario. Algunas veces se le pinta en la esquinas, como entrando en la escena del mundo para subvertir su lógica de fatalidad: la enfermedad mortal se cura, el paciente sale de la riesgosa cirugía, alguien se salva de un accidente.

Frida Kahlo no es una improvisada que, de paso por una iglesia y fascinada por lo folklórico, se apropiara burdamente de esta manera de pintar. Por el contrario, armó una colección de 400 exvotos, los estudió e inscribió al género en el ambiente, moderno y urbano, en el que vivía.

Sin embargo, son pocos los cuadros de Frida en los que aparece la divinidad. Un retablo que pintó en 1940 es una de las excepciones; en el resto de sus pinturas, no hay santos, cristos ni vírgenes. Por eso, no es otra feligrés de parroquia, sino un individuo, en el sentido moderno de la palabra, esto es, uno que sufre en hospitales y a solas, sin milagros. De ahí que sus filacterias se limiten a dar la fecha y el lugar de su padecimiento. En sus escenas no hay intervenciones divinas, solo fatalidades, por eso la cama y ella (lo único que existe) ocupan el centro de la composición. En Autorretrato con el doctor Farill, Frida da un paso más: agradece a la medicina, y no al santo patrono, algo inaudito en los exvotos.[1]

Este par de ejemplos bastan para demostrar que Kahlo no calca, sino que innova; recupera y reformula. Al tiempo que conserva los temas típicos del género —como las enfermedades y los accidentes—, altera tanto la sintaxis que bien podría decirse que Frida pintó exvotos laicos: ¿contradicción o actualización?

Por sí misma, esta pintura se ha modernizado. Al respecto, Thomas Calvo y Philippe Verrier detectaron la influencia de la tipografía de la publicidad en la filacteria, al tiempo que han advertido cómo se representan las nuevas formas de religiosidad.[2] A pesar de ello, estos exvotos, e incluso aquellos que son encargos de parejas gay, no prescinden de la divinidad, como sí lo hizo Kahlo. En cambio, la temática urbana de la pintora se revela en el tipo de fatalidades que representó: el suicidio de Dorothy Hale, quien salta de un edificio, o bien, el famoso accidente entre el autobús y el tranvía. El mismo Calvo hizo una clasificación de los temas de los exvotos. De acuerdo con su investigación, la Basílica de Guadalupe resguarda un gran número de retablos sobre accidentes viales, que fueron pintados entre 1940 y 1960, el mismo periodo en el que Kahlo estuvo activa.

De cualquier manera, al aceptar que Frida es parte del arte popular, pierde fuerza el argumento de que “pintaba mal”. Este género debe juzgarse dentro de su lógica y en sus propios términos, y no desde la de la academia de pintura. Los retablos no son como los óleos de Velázquez, ni pretenden serlo. Sobre la calidad técnica de Frida, un retrato de Diego y un autorretrato contradicen elocuentemente a quienes dudan de ella. Mejor aún, de un cuadro a otro, pueden apreciarse diferentes maneras de trabajar el color.

2. Otros recursos coloniales         

La relación entre la pintura de Kahlo y los exvotos es muy conocida por la crítica de arte, los recursos que retoma de la Colonia no lo son tanto. En Mi familia y Mis abuelos, mis padres y yo, Kahlo echa mano del árbol genealógico. En vez de los santos y las monjas que se representaron en la pintura de los franciscanos o del linaje, integrado exclusivamente por hombres, de la nobleza indígena, ella pinta la familia nuclear típica de la clase media y alta: los abuelos (paternos y maternos), padre y madre, los hijos. Una vez más, el lenguaje plástico colonial sirve para dar cuenta de la vida moderna.

La cama voladora, en cambio, me hace pensar en las letanías lauretanas que solían pintarse, alrededor de la virgen, en la Colonia. María es la escalera al Cielo, como dice la oración, “intercede por nosotros, los pecadores”; es la estrella de la mañana que anuncia la venida de Cristo. Es también la ciudad de Dios… Frida, en cambio, pinta sus propios atributos: un feto, un caracol, una pelvis, un vientre embarazado visto de perfil. Los símbolos católicos se vuelven los atributos del individuo: otra traducción del pasado al presente.

También sus retratos y autorretratos tienen mucho de la pintura popular de la Colonia: se ve en la manera de dibujar la figura humana, así como en el piso y el fondo de ciertos cuadros. No estoy pensando en esos cielos pétreos de nubes erosionadas, sino en el retrato de Frida y Diego Rivera (1931) o en Autorretrato con el pelo corto (1940).Y una y otra vez, de vuelta a la filacteria. Si Hermenegildo Bustos escribió el icónico: “Yo Yndio de este Pueblo de la Purísima del Rincón, nacía el 13 de abril de 1832 y me retrate por ver si podia, el 19 de junio de 1891 [sic.]”; Kahlo, hizo lo propio en Autorretrato con el pelo suelto: “Aquí me pinté yo, Frida Kahlo, con la imagen del espejo. Tengo 37 años y es el mes de Julio de mil novecientos cuarenta y siete. En Coyoacán, México, lugar donde nací”. Podría incluir al Sol y a la Luna que dividen algunas de sus obras en el mismo registro. Pero me interesa más insistir en que la obra de Kahlo moderniza el arte popular y le hace un lugar a la pintura de la Colonia en el siglo xx, ideas que merecen nuestra atención. Como atinó a decir Julio Trujillo: “hay cuadros, de verdad hay cuadros, fíjense bien”.

3. ¿La señora de Rivera?

Y, a pesar de todo, hay muchos ofendidos por los cuadros de Kahlo. Escandalizados, habrían preferido que viviera su dolor con discreción. Es curioso que la tragedia sea un tema serio cuando alude a la mitología griega o a la pintura histórica del siglo xix. ¿Qué hay de la experiencia de la enfermedad y la desgracia en la vida cotidiana? El arte popular no los ignora, son el foco de su atención. Si los retablos dan cuenta del dolor físico que padecen los campesinos y los mineros y de las enfermedades de los niños, ¿por qué no habrían de ser el medio idóneo para representar la experiencia social del cuerpo de las mujeres? Al respecto, Philippe Verrier escribe lo siguiente: “muy poco se menciona en los antiguos exvotos el tema del parto […] tan lleno de peligro”.[3] Es Frida quien los hace temas de la pintura. Y no solo con el aborto natural, también en Unos cuántos piquetitos, el cual recupera una importante noticia —al menos, para el feminismo. La pintura devino de la noticia de un asesinato: un hombre acuchilló y asesinó, por celos, a una mujer. Cuenta la anécdota que el acusado argumentó en su defensa que el homicidio no habían sido más que “unos cuántos piquetitos”. Insisto: ¿por qué la experiencia social de ciertos cuerpos nos ofende?, ¿por qué no es un tema relevante para la pintura? Frida no es la mujer melodramática e histriónica que, de manera simplona, “se autorretrató con su sufrimiento”, sino una pintora que entró al arte popular y lo pintó desde otra perspectiva.

Nahum B. Zenil, un gran lector de Frida, entendió su propuesta. Son otros su trazo y su paleta, pero en sus cuadros está la misma autobiografía, a veces sangrienta y siempre provocadora, de otros cuerpos y otras sexualidades. Zenil, por ejemplo, pinta su autorretrato en la bragueta abierta de un pantalón, ¿por qué no habría de hacerlo si Frida pintó, en primer plano, cómo nacía de la vagina de su madre?

Tampoco es cierto que Frida le deba todo a Diego. Difícilmente puede decirse que fue, solamente, la señora de Rivera. No conocemos al muralista por sus exvotos ni por su vocabulario colonial. Él pinta al pueblo histórico o anónimo del nacionalismo posrevolucionario; ella, sin ser una milagrera ni una devota, hace suyo el arte del pueblo; para bien y para mal, sacó los exvotos de las paredes de las iglesias y los colgó en las de los museos.

Para divorciarnos de su relación con Diego, habrá que traducir la observación que hizo Holland Cotter para el New York Times: “Pocas personas reducen el arte [de Pablo Picasso] a la egolatría. De Picasso se dice que expandió su territorio creativo; de Kahlo, que no sabía mantenerse en su sitio”. El Jardín Botánico de Nueva York comparte esta opinión. En palabras de Adriana Zavala “la exposición no habla de la biografía de Kahlo, sino de su colección de plantas y libros de botánica, y sobre la relación entre esta y su pintura”. Ya es tiempo de que juzguemos las obras, y no el carácter, el matrimonio y las relaciones de Frida, sin manías ni fobias… tal vez lo hagamos para la próxima efeméride.



[1]Sin embargo, no fue una apologista de la modernidad. De pie, en la frontera entre México y Estados Unidos, Frida contrapuso al Templo Mayor con las fábricas de Ford; los alcatraces y girasoles con los ventiladores, los focos y los altavoces, la flora de ese país.

[2]Thomas Calvo, “Milagros, Milagreros y retablos: Introducción al estudio de los exvotos del occidente de México”,en Marianne Bélard y Philippe Verrier,Los exvotos del Occidente de México, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos.

[3]Philippe Verrier, “En busca de los retablos del occidente de México”. En en Marianne Bélard y Philippe Verrier,Los exvotos del Occidente de México, op. cit.

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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