La leyenda del tío Boonmee

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Amanece. Los sonidos de los insectos se apoderan de la selva brumosa de Isan, la región noroeste de Tailandia. Entre la maleza, una vaca huye ansiosa y unos ojos misteriosos, vigilantes y atentos, sobresalen en la obscuridad. Así comienza el recorrido fantasmal que ganó la Palme d’Or en la última edición de Cannes.

Su triunfo fue polémico. El jurado, encabezado por Tim Burton, convirtió a Apichatpong Weerasethakul, también conocido como “Joe”, en el primer director tailandés en ganar la máxima presea de este festival. Sin embargo, gran parte de la audiencia quedó atónita frente a una película clasificada como extraña e incomprensible. Incluso, aunque en otras ocasiones “Joe” ha seducido en Cannes –primero con Blissfully Yours (2002), ganadora del premio Un certain regard y luego, con Tropical Malady (2004), galardonada con el Prix du Jury– hubo quien consideró la decisión como una tomadura de pelo, como un atentado de los críticos contra el público. Y es que Loong Boonmee raleuk chat –traducida como La leyenda del tío Boonmee o El tío Boonmee quien recuerda sus vidas pasadas– es una obra abierta, una película polisémica y ambigua, tanto en contenido como en estructura, que aborda temas alejados de la cosmovisión occidental por medio de una narración no lineal, organizada con la libertad creativa del cine experimental. “Me gusta —confiesa Weerasethakul— que mis películas operen como un monólogo interior, como un barco a la deriva que lleva de una remembranza a otra. Creo que es importante acentuar este vaivén cuando las raíces de la película tratan sobre la reencarnación y el deambular de los espíritus”.

Un hombre de mediana edad que padece de una enfermedad renal espera la muerte acompañado de su cuñada Jen y su sobrino Tong en una casa de campo, lejos de la bulliciosa Bangkok cuando es sorprendido por los espíritus de su difunta esposa y de su hijo desaparecido, quienes lo acompañarán a la cueva, donde se originó su existencia y donde se extinguirá su vida como Boonmee.

Si bien el argumento puede resumirse en unas cuantas palabras, el trasfondo de la película— la reencarnación y la transmigración de las almas— es un tema abierto a múltiples interpretaciones, a través del cual “Joe” crea un mundo íntimo que combina las creencias budistas, el animismo religioso y el legado hindú con los paisajes enigmáticos de Isan, donde se desarrolla e inspira una parte importante de su filmografía.

En este sentido, aunque la idea original de la película proviene del libro autobiográfico de un monje budista que aseguraba recordar sus vidas pasadas, La leyenda del tío Boonmee es la culminación de un proyecto personal más amplio, integrado por la videoinstalación Primitive y los cortometrajes Phantoms of Nabua y Like a letter to Uncle Boonmee, que busca captar, como dice “Joe”, “impresiones de luz y memoria” del lugar que lo vio crecer.

Con un exquisito diseño de audio basado principalmente en los sonidos de la naturaleza, una narrativa inusual, estupendas actuaciones, protagonizadas en el caso del tío Boonmee y su esposa Huay por actores no profesionales, y un ritmo pausado que invita a la ensoñación, esta película lleva al espectador no sólo por las vidas pasadas del tío Boonmee sino también por los fragmentos en los que se está dispersando su alma, ya que —a diferencia de la visión occidental de la reencarnación en cual la esencia individual de las personas se conserva— en algunas tradiciones orientales, la reencarnación está íntimamente vinculada a la transmigración de las almas o metempsicosis: la creencia de que, al morir, ciertas fracciones del yo se disocian para regresar al espíritu universal o bien, para emigrar hacia otros seres como personas, animales o plantas.

De este modo, La leyenda del tío Boonmee plantea una original interrogante: ¿qué o quiénes han conformado o conformarán parte de esa esencia que llamamos Boonmee? ¿Podrá haber sido una vaca, un pez gato o una princesa hindú en sus vidas pasadas? ¿Mientras está moribundo, un parte de él se está transformando en un joven soldado retratado en una fotografía o en monje budista que luego visitará un karaoke? O quizá el mismo fantasma de su esposa, el espíritu de su hijo que divaga en forma de mono por la selva o cualquiera de los espectros hambrientos que—como dice Boonmee— perciben su enfermedad, no son visitantes, ni siquiera una otredad en el sentido de la lógica clásica o aristotélica, sino representaciones de un mismo espíritu que, ante un cuerpo agonizante, busca transmutarse y regresar con sus seres queridos. Después de todo, como dice la esposa muerta de Boonmee, “los fantasmas no están atados a lugares sino a las personas.”

Con La leyenda del tío Boonmee es fácil sentirse perdido y desconcertado con metáforas tan lejanas a nuestra visión como un pez gato fornicando con una princesa o escenas donde el tiempo se bifurca para engendrar diferentes dimensiones simultáneas, pero, en todo momento, la ganadora de la Palme d’Or es una invitación para explorar nuevas formas de percepción que recuperan la diversidad cultural y sobre todo que refuerzan la premisa artística de Weerasethakul: “el cine es la manera en que el ser humano crea universos alternos y otras vidas que pueden ser tan terrenales como intangibles y etéreas”.

-Eunice Hernández

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Es escritora, historiadora y gestora cultural. Colabora en diversas revistas literarias y próximamente publicará la novela Mundo Espiral.


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