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Un niño construye un castillo de arena. Lo contempla un momento. Llega la marea, el fin de las vacaciones y regresa a la ciudad. En casa, el niño construye un fortín con los cojines de la sala de televisión. Lo contempla un momento. Está a punto de meterse a jugar cuando papá llega a casa. Cansado, el padre quiere ver la televisión, no fortines, así que manda al niño a su cuarto, los muebles a su lugar. En su habitación, el niño construye una casita con bloques de Lego. La contempla un momento. No le gusta. No es un niño creativo. La deshace. Toma una de las piezas, se la mete en la boca, la degusta, traga y más tarde la desecha. Pasa el tiempo, el niño crece y se olvida de los bloques de Lego. Estudia algo inútil. Filosofía, digamos. Y construye castillos en el aire. Los contempla. Se aburre, se deshacen.

Un día, un 28 de enero que cae en lunes, se cumplen cincuenta años desde que Ole Kirk Christiansen patentó los cubos de Lego, en Dinamarca, allá por 1958. Ya crecidito, el niño lee la noticia en Google News. Pues, ese día, al entrar al buscador, descubre que el logotipo del sitio ha sido modificado. Esto, lo sabe el niño crecido, sucede cada que algún empleado de Google propone alguna fecha como merecedora de conmemoración.Así, la ge azul, la primera o roja, la segunda amarilla, ge azul de nuevo, ele verde, e roja, representan piezas construidas a partir de bloques de Lego. Lee varias notas al respecto en Internet. La mayoría de ellas hacen este recuento: en 1932 se funda una compañía que produce juguetes de madera, dos años más tarde se bautiza como Lego a partir de la frase danesa “Leg Godt” (juega bien), se inventan los pequeños ladrillos de plástico, la compañía deja de hacer juguetes de madera, las piezas de plástico se vuelven populares a nivel mundial, pero se presentan problemas económicos cuando a los niños les interesan más los videojuegos que ponerse a construir cosas. La compañía se diversifica y aquí estamos, un par de años después de que se superan, finalmente, los números rojos. Se decide, entonces, a construir un texto. Lo que se llama un texto coyuntural. Se entiende: apenas van unos días desde el aniversario. Así, el niño que, insistimos, ha crecido, contempla su texto, lo lee, es leído por otros, y pasa a otra cosa. Se pregunta, entonces, ¿cuántas veces ha ocurrido esto en su vida?

Google, ese buscador que une lo separado en un solo lugar, coloca su ojo gigante sobre un pedacito de plástico. Dato: hay un valor sentimental, un aire de extravagancia. Además, se tocan fibras de la niñez. En la línea conmemorativa de los cincuenta años de Lego, se anota claramente que fue con piezas de este tipo que Larry Page y Sergey Brin, cofundadores de Google, construyeron las cubiertas de los discos duros de 104 gigabytes en los que estaban desarrollando el programa buscador, allá por 1996.

¿Qué recuerda nuestro niño crecido de los bloques de Lego? Recuerda que, durante su infancia, le gustaban los colores, las texturas, la facilidad con la que embonaban. Seguramente pasó horas construyendo con los coloridos cubitos, aunque es incapaz de recordar lo que construyó con ellos. Ese tiempo, ¿fue edificante? ¿Impulsaba su creatividad? Recuerda alguna discusión infantil con un amigo sobre la superioridad del Lego sobre el Meccano (el predilecto del amigo). El niño Lego alegaba que no sólo era más entretenido, sino más sencillo. Hoy, si su amigo estuviera dispuesto a discutir, el niño Lego argumentaría que era de esperar que nadie celebrara los cien años del Meccano el año pasado (la primera fábrica de Meccano se abrió en Liverpool, en 1907). Años más tarde: el niño Meccano crece para volverse ingeniero en biomédica y se dedica de tiempo completo a desarrollar tecnología que sirve para salvar vidas humanas. Por su parte, el niño Lego crece para escribir textos con fecha de caducidad de una semana. Decide no sacar conclusiones.

– Guillermo Núñez Jáuregui

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(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad


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