Sherlock

Sherlock, de Steven Moffat, es una genial reinterpretación del famoso personaje de Arthur Conan Doyle.
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Desde la elección del título, Sherlock (producción de la BBC, 2010-2012, cuyo principal artífice es el hiperactivo Steven Moffat) apuesta por la reinvención dentro del terreno conocido: una de las escasas ocasiones en que una adaptación del personaje de Conan Doyle no contiene el apellido del protagonista. Movimiento ligeramente atrevido pero que funciona como temprana declaración de principios: esto es lo mismo, pero no lo de siempre. La premisa es casi original: un Sherlock Holmes que vive y respira en el siglo XXI, sin que exista el mínimo rastro de su equivalente victoriano en ningún sitio.

Cada aventura de este Sherlock funciona en varios niveles; quizá la mayor audacia de sus guionistas sea la traslación de pequeños detalles presentes en la obra original, situada a finales del siglo XIX. La cuidadosa sustitución de telegramas por mensajes de texto; la inserción de Watson recorriendo un terreno en nombre de Holmes – justo como en la obra original – pero informándole a través de una videollamada en un iPad y no de una carta; Irene Adler custodia las fotografías que comprometen a la realeza en un smartphone y no en un sobre. El compromiso con la puesta al día es total y se deriva principalmente de la vocación creadora de Moffat, quien ya ha ejecutado proyectos similares durante su estancia en Doctor Who, donde ha desarrollado una de las mejores etapas de la serie o la creación de Jekyll, el primer experimento de la BBC en este sentido: una puesta al día del clásico Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. De forma tímida (no se desprende totalmente del original, a diferencia de Sherlock: su Jekyll es en realidad una secuela ambientada en la contemporaneidad), Moffat y su equipo ponían las bases para lo que más tarde sería la reinvención total de un clásico perfectamente conocido. Sherlock es más arriesgado: lejos de hacer una secuela, Moffat se atrevió, con impulso un tanto iconoclasta, a reescribir (prácticamente: recrear) totalmente un personaje clásico para situarlo en la época contemporánea.

Con todo, el mérito de la serie no se encuentra totalmente en los guiones de Moffat, sólidos pero con fallos evidentes: los rumbos de la trama, principalmente, parecen a veces ligeramente torpes, mal narrados: es sencillo encontrar ciertos pequeños huecos de la acción; ni en la dirección, un trabajo funcional y estéticamente bien logrado pero que peca por momentos de cierta aireà la Guy Ritchie que se torna insoportable. Claro: el estilo no es exclusivo de Sherlock o de Guy Ritchie; guarda ciertas similitudes con el cinema del caos, aunque muchísimo más entendible, y también ha sido puesto en práctica por más gente en tierras británicas. Mírese como ejemplo esta escena de 28 weeks later, secuela de otra destacable puesta al día de un mito ya consolidado:

 

http://youtu.be/Rd9PWvrkbO0

Tampoco son los exabruptos casi metaficcionales que aparecen por doquier: letreros que auxilian a la narración, tipografía superpuesta y en movimiento, elementos que son casi una adaptación literal de las notas al pie de página; kinetic typography en su uso más imaginativo:

un ejemplo más:

 

http://youtu.be/43VyYRL3LP0

No: lo que ha convertido a Sherlock en la adaptación más interesante en años es su innegable personalidad. Mitad labor de Moffat, quien hace un ejercicio de paráfrasis pocas veces visto: tomando los elementos ya presentes en el material original de Conan Doyle y situándolos en la contemporaneidad, el guionista expande, explica y profundiza, al tiempo que crea otros personajes. Sherlock, Watson y Lestrade permanecen casi fidedignos al material original, con los añadidos tecnologicos correspondientes a la época; Sherlock y Watson, interpretados por Martin Freeman y Benedict Cumberbatch, son una de las mancuernas sherlockianas más interesantes de todas las adaptaciones a la pantalla del personaje. Cumberbatch desarrolla un Sherlock sociópata, genial, pero tremendamente humano (justo como el original, sí, aunque el original nunca tuvo la dolorosa escena de navidad que aparece en el primer capítulo de la segunda temporada); el Watson de Freeman es acaso más sensible que el de Conan Doyle, pero también más agudo.

Aún con esto, son las reescrituras de los villanos las más interesantes: Irene Adler, uno de los escasos personajes que venció a Holmes durante sus aventuras (Holmes enuncia en The Five Orange Pips que ha sido vencido cuatro veces: tres por un hombre y una por una mujer, quien se asume, pese al error cronológico de la historia, que es Irene Adler), es transformada en una dominatrix de lujo que presta sus servicios incluso a miembros de la corona británica.  Casi desconocida, Lara Pulver hace un trabajo destacable como la única mujer en la serie capaz de equiparar el intelecto de Holmes; la historia de amor platónico que se deja ver en la serie amplia la mutua atracción que era patente en el texto original.

El profesor James Moriarty, uno de los máximos villanos de la historia de la ficción – quizá injustificadamente: aparece de forma física en sólo dos relatos del canon holmesiano, y es mencionado en apenas cinco historias más– es aquí Jim Moriarty, consulting criminal, perfecto opuesto de Sherlock Holmes, consulting detective. Su paráfrasis del personaje original debe ser, por mucho y pese a Irene Adler, la más interesante de toda la serie, incluyendo a los protagonistas. (Isaac Asimov  escribió una breve pero sustanciosa historia en torno a 'La dinámica de un asteroide', tomo ficticio que Conan Doyle le atribuye al profesor Moriarty; de forma casi irónica, es Asimov y no Doyle quien logra dar una imagen más precisa de la dimensión del genio criminal de Moriarty, mucho más cercana a la del villano de la serie televisiva.) Moffat transforma al reservado y maquiavélico profesor del material original de Conan Doyle en un excéntrico joven genio dedicado al caos por el caos mismo: en él resuenan lo mismo los ecos del Joker de Alan Moore en The Killing Joke – consecuentemente y casi de rebote, los del Joker de Heath Ledger en The Dark Knight –  que del Alex de Large de A Clockwork Orange, la adaptación de Kubrick:

 

 

La televisión británica se caracteriza por su brevedad (Sherlock, con dos temporadas, apenas suma seis episodios; la serie completa de Jekyll tuvo el mismo número de emisiones), una de las máximas virtudes de la ficción. Confirma, además, la superioridad de mucho del entretenimiento televisivo – aún absurdamente ignorado por buena parte de la crítica – sobre el cine: ¿alguien en su sano juicio preferiría ver la perezosa versión de Ritchie sobre el imaginativo ejercicio de Moffat? Acaso Sherlock tenga otros tres capítulos más. Serían, por mucho, suficientes: su legado como entretenimiento sólido e inusitadamente bien escrito permanecerá por mucho tiempo en la memoria televisiva.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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