Blackfish

Pocos géneros más emocionantes que el documental de denuncia. Blackfish, dirigida por Gabriela Cowperthwaite, merece estar entre las mejores películas de ese rubro. 
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Pocos géneros más emocionantes que el documental de denuncia. A través de diversos casos, Food Inc. diseccionaba los problemas que aquejan a la industria alimenticia en Estados Unidos, desde la sobreexplotación de animales y trabajadores ilegales para la producción de comida hasta el consumo rampante de granos subsidiados, que se usan en casi todo, desde jarabes de maple hasta baterías. The Cove, quizás el más famoso documental de denuncia de los últimos años, investigaba la masacre de delfines que cada año ocurre en la costa de Taiji, en Japón. Incluso México entró al género con la indeleble Presunto culpable: un auténtico knockout a nuestro sistema de justicia.

            Blackfish, dirigida por Gabriela Cowperthwaite, merece estar entre las mejores películas de este rubro. Valiéndose de entrevistas con entrenadores de orcas retirados, quienes en su mayoría trabajaban para SeaWorld, y de amplio material noticioso y videos amateurs, Blackfish narra la historia de Tilikum, una inmensa orca macho, desde que la capturan en los mares de Islandia, la arrojan dentro de un adocenado parque de diversiones y, tras un ataque mortal, llega a Florida, donde, en el transcurso de veinte años, insemina a una generación de orcas y mata a dos personas más, sin que esto tenga prácticamente ninguna repercusión para SeaWorld. La cinta adereza los testimonios de los entrenadores que conocieron a Tilikum con la opinión de expertos oceanógrafos, cuyos testimonios ayudan a evidenciar una problemática atroz: mamíferos con estrechos vínculos familiares, de inteligencia compleja, que recorren miles de kilómetros a lo largo de sus vidas, sometidos a encierro dentro de tinacos. Blackfish explica el complejo funcionamiento de las orcas en libertad –su lenguaje, asegura un experto, tiene la misma riqueza de nuestros idiomas– y cómo el cautiverio rompe esta delicada urdimbre, forzando a orcas que vienen de diversas familias a convivir de forma arbitraria y causando que se ataquen entre sí.

            Como todos los grandes documentales de denuncia, Blackfish sería un panfleto si no anclara su narrativa en uno o más personajes. Presunto culpable tuvo la suerte de contar con Toño Zúñiga, una presencia cálida, interesante y, sobre todo, conmovedora frente a la cámara. El proceso que la cinta retrataba le importó a la audiencia porque el destino de Toño también le importaba. Algo similar ocurre con The Cove, que echa mano de Ric O’Barry, el antiguo entrenador de Flipper, para desenmascarar a los culpables de la masacre que año con año se lleva a cabo en Taiji. En cámara, O’Barry es siempre fascinante. Blackfish reúne a un grupo variado de entrenadores de SeaWorld, cuyos estremecedores testimonios le dan veracidad a lo que a veces no aparece a cámara. La cinta narra la dramática historia de Tilikum mientras registra la toma de conciencia de este grupo de personas, quienes admiten la ambigua relación que sostenían con las orcas, el cariño y miedo que suscitaban y, finalmente, la vergüenza de haber trabajado tantos años para un establecimiento que oculta las maneras en las que tortura a animales tan sensibles a su entorno.

            Al igual que Blackfish, Grizzly Man contaba la historia de un hombre atacado por un animal, con amplias diferencias. La primera es que Werner Herzog jamás parece interesado en entender a los osos: su cinta más bien observa el comportamiento de Timothy Treadwell, el hombre desquiciado que pasaba temporadas entre los animales como si fuera uno de ellos. La segunda gravita en torno al modo en el que ambas abordan la violencia perpetrada por el oso, en el caso de Grizzly Man, y las ballenas, en Blackfish. Como único acercamiento a la noche en la que Treadwell y su novia perdieron la vida, Herzog tenía una secuencia en la que él mismo escuchaba, con el rostro asqueado, la grabación del ataque. Cowperthwaite no busca ese pudor. Blackfish utiliza diversos recursos para que el espectador comprenda el calibre de brutalidad con el que muchos de los entrenadores murieron: vistazos a reportes de autopsia, clips de los ataques, entrevistas con familiares que vieron sus cuerpos y pistas de audio. 

Lo más admirable de Blackfish es que propicia un sentimiento de doble compasión. En la historia que narra, tanto los entrenadores asesinados como las ballenas son víctimas. Al final, el espectador lamenta la vida y la muerte de ambos. El único villano de la historia es un conglomerado multimillonario que sigue lucrando con el sufrimiento de estos majestuosos animales.

Blackfish forma parte del catálogo del Festival Ambulante 2014

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