Arte y ciencia en Guanajuato

Especialistas de todo el mundo reflexionan sobre los cruces entre arte y ciencia y sus consecuencias tanto para la imaginación científica como para la invención en el arte.
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Esta peculiar representación del dios Shiva, conocido como Nataraja, baila apoyando su pie derecho en el cuerpo atribulado de un ricachón inmoral. Muestra el triunfo del conocimiento sobre la ignorancia; de la virtud y el trabajo de los creadores sobre la arrogancia y la corruptela de los aprovechados y embusteros, pues mueve los brazos como si tuviera tres. Sus muslos son poderosos y despide llamas a su alrededor, sabiduría fáctica que muchas veces resulta contraria al sentido común, a las creencias personales y los intereses económicos. Donada por el gobierno de la India a la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), la estatua se encuentra instalada entre los edificios de ATLAS (uno de los proyectos de ciencia pura más costos y ambiciosos jamás imaginado por la humanidad) y el hotel donde se hospedan investigadores, estudiantes y escritores curiosos.

Shiva no solo es una de las tres divinidades que fundamentan el hinduismo, el símbolo de “shakti”, la fuerza vital moviéndose dentro de un mundo empecinado en llevarnos a la entropía máxima, al caos impasible. Este Shiva danzarín también es un tesoro de la relación ancestral del arte y la ciencia, pues evoca una divinidad humanizada que, a través del conocimiento, aprenderá a bailar al ritmo del Universo, sosteniéndose sin importar lo demás hasta el final de los tiempos.

Convocados por el 1er Congreso Internacional “Palas y las musas; diálogos entre la ciencia y el arte”, especialistas de diversas partes del mundo se reúnen en la ciudad de Guanajuato a fin de reflexionar sobre estos cruces y sus consecuencias tanto para la imaginación científica como para la invención en el arte. Organizado por los institutos de Investigaciones Estéticas y de Matemáticas Aplicadas de la UNAM, así como por el Cimat (Centro de Investigación en Matemáticas de Guanajuato), la conferencia inaugural del Congreso estará a cargo de Sir Martin Kemp, gran historiador del arte de Oxford, uno de los primeros en introducir temas híbridos en el mundo académico. Kemp ha escrito numerosos ensayos inspiradores, entre los que destacan los dedicados a la obra de William Turner, Velázquez y, sobre todo, Leonardo. En Visualizations. The “Nature” Book of Art and Science, nos deleita con textos a caballo entre el ensayo, la crónica y la opinión impresionista, lo cual le da una frescura inigualable.

Las mesas siguen un orden cronológico, desde el primer Renacimiento, esto es, el Trecento y Quattrocento en Italia, con el redescubrimiento de la geometría euclidiana por Filippo Brunelleschi y Giotto de Bondone, pasando por el Renacimiento, el Barroco y la Ilustración, hasta llegar a las corrientes románticas y modernistas, sin olvidar aquellas tesis estéticas obsesionadas con el futuro y con las extensiones mecánicas de nuestros cuerpos, como los robots. El programa es rico en el encuentro de la música con números sonoros, series de Fibonacci para componer, como es el caso de Aurelio Tello. Lugar especial tienen los temas acerca de los ingenios ópticos, los objetos alquímicos y los jardines botánicos como espacios de reunión entre saberes heterogéneos.

Los participantes pondrán sobre la mesa un hecho incuestionable: lo que hace un par de décadas era solo un asunto de corrillos académicos, hoy forma parte de los temas a tratar en el programa de estudios de muchas instituciones del mundo. Algunos investigadores del arte dialogan con matemáticos, físicos, biólogos, ingenieros que pueden permitirse “perder el tiempo” en estas nimiedades. ¿Cómo es que la avalancha de objetos tecnológicos e ideas y descubrimientos científicos está redefiniendo el arte contemporáneo?

Los organizadores han tenido la deferencia de invitarme a hablar sobre la pintura cubista y sus paralelismos con la física cuántica de principios del siglo XX en función de los conceptos de realidad, ilusión y belleza. Lo considero así, una deferencia, pues no soy especialista ni académico del arte, sino un escritor interesado en la comprensión pública del quehacer científico; alguien que, a fuerza de viajar con una tesis (¿para qué sirve el conocimiento?), se ha topado con propuestas desafiantes, antitéticas, provocadoras, ya en los museos, ya en las galerías y galerones, en las calles, en los pasillos de los laboratorios, todas ellas consignadas bajo la mirada del curioso empedernido. Así, en 2009 Conaculta y ADN publicaron una impecable edición de mi breve historia del arte Los brazos de Venus: Arte, ciencia y tecnología a través del tiempo.

Varias páginas de esta historia las escribí al lado de Shiva, tratando de recordar lo que un aficionado a los mundos del arte y la gran ciencia ha sentido al descubrir paralelismos, influencias y reacciones, conjunciones y disyunciones, haciendo la glosa fiel de los verdaderos especialistas. En dicho ensayo me preguntaba algo que se percibe en el ambiente de este Congreso. ¿Se puede tener un juicio estético de un suceso de orden moral o del conocimiento? ¿Es posible utilizar el oído o el tacto, por ejemplo, para conocer el color rojo?

Quizá el sentido del arte desde fines del siglo XIX y hasta nuestros días sea tentar el orden convencional mediante juicios estéticos, provocar ilusiones ópticas en la piel y resonancias en el ojo. En suma, intentar que en la experiencia artística se mezclen tres condiciones, sin una de las cuales el truco se desvanece, a saber: que haya una necesidad de ser sorprendidos por una ilusión; que, durante un instante, nos transporte a otra realidad; tercero, que nos depare un goce estético. Y, lo mejor, que solo nosotros podamos reconocer su existencia. Si a veces estamos en posibilidades de compartir dicha experiencia con alguien más, considerémoslo un bono extra.

 

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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