De nuevo, la limpidez

La vergüenza es ira contra uno mismo, es decir, hay que mirarla a los ojos y ver en ellos el propio reflejo. Llevarla a un desfile y hacerla contonearse en busca de aplausos, votos o certificados de buena conciencia, es el colmo de la vergüenza.
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Quizá haya quien recuerde un poema de Octavio Paz que se titula “Intermitencias del oeste (3) (México: Olimpiada de 1968)”:

La limpidez
              (quizá valga la pena
escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
              no es límpida:
es una rabia
              (amarilla y negra
acumulación de bilis en español)
extendida sobre la página.
¿Por qué?
              La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
                                          si
una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
              (Los empleados
municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios).
Mira ahora,
              manchada
antes de haber dicho algo
que valga la pena,
              la limpidez.

Ante la hoja en blanco, un poeta quiere escribir algo que exprese su “rabia” ante lo sucedido en Tlatelolco. La “acumulación de bilis” que lo agravia desde el 2 de octubre titubea ante la imagen impoluta del papel pues representa aquello que ha sido destruido por la violencia y, a la vez, pone en evidencia la dificultad o la inutilidad de decir “algo”.

Lo primero que surge es una frase sobre esa blancura: “La limpidez”. En un comentario exacto al poema, en su libro Leer poesía, Gabriel Zaid discute con pericia la escritura y cómo la manera de escribirlo es parte substancial del poema, y se pregunta si la frase “la limpidez” no habrá salido “si se puede decir, ¿con espíritu zen?” de la página misma.

El poeta decide escribir y sus palabras rabiosas manchan la blancura del papel. La vergüenza ante lo ocurrido le trae a la memoria un texto de Marx. Luego, las líneas lacónicas como pie de foto en un periódico. La página ahora está manchada con la bilis “amarilla y negra” del poeta, y se avergüenza.

La cita de Marx proviene de una carta a su camarada Arnold Ruge en 1843 (aquí en francés): “La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo: si una nación entera se avergüenza es león que se agazapa para saltar”. Es una carta famosa: Marx viaja por los canales holandeses, avergonzado de ser alemán y escribe: “Por lo que leo en la prensa, Alemania está hundida en el lodo y se hundirá más aún”. Su vergüenza surge de reconocer “la vacuidad de nuestro patriotismo y la anormalidad de nuestro sistema de Estado”.

Agrega: “me miras con una sonrisa que pregunta: ¿y qué se gana con eso? Ninguna revolución se hace desde la vergüenza. Y yo contesto: la vergüenza ya es una especie de revolución; la vergüenza es de hecho el triunfo de la revolución francesa sobre el patriotismo alemán que la derrotó en 1813. La vergüenza es una especie de cólera [“eine Art Zorn”] hacia adentro. Y si una nación entera…” etcétera.

Marx cree que la “vergüenza aún no se siente en Alemania, al contrario, esos miserables aún se tienen por patriotas”. El Estado, agrega, “es algo demasiado serio para convertirlo en una arlequinada. Un barco lleno de idiotas puede bogar un rato a merced del viento, pero llegará a su destino precisamente porque los idiotas no creen que pueda suceder. Y ese destino es la revolución que nos espera”. (Una revolución, cabe agregar, que en ese momento del joven Marx es la francesa o la holandesa, la de los “hombres libres, los republicanos” contra los filisteos; una revolución hacia “la dignidad personal del hombre”, la libertad que “puede nuevamente hacer de la sociedad una comunidad de hombres para lograr su finalidad más alta: el Estado democrático”).

En México ¿qué haremos con nuestra vergüenza? El león está agazapado, pero no sabe hacia dónde saltar. Y no toda la nación tiene vergüenza: hay muchos que visten sus intereses de vergüenza. Tirios y troyanos azuzan al león para que salte hacia el territorio del contrario. Otros lo atizan para que salte no importa hacia dónde, con tal de que arremeta y suelte tarascazos a diestra y siniestra y mate lo que se pueda. No son pocos quienes le buscan un responsable a esa vergüenza para no asumir la parte que les toca. Convertirla en la culpa de otros no solo es fácil, es una forma curiosa de consumismo moral. La vergüenza es ira contra uno mismo, es decir, hay que mirarla a los ojos y ver en ellos el propio reflejo. Llevarla a un desfile y hacerla contonearse en busca de aplausos, votos o certificados de buena conciencia, me parece, es el colmo de la vergüenza.

(He ahí de nuevo, manchada “antes de haber dicho algo que valga la pena”, la limpidez.)

 

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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