Dos superhéroes de bajo perfil

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No todas las películas de héroes que se exhiben en las pantallas cinematográficas son bombas taquilleras ni películas de estudio armadas con el único fin de vender cajitas felices.

Hay pequeñas joyas conocidas por pocas personas que, sin mayores pretensiones que exponer el alma heroica de sus personajes, nos muestran universos inexplorados dentro del género de acción. Aquí dos ejemplos a los que vale la pena visitar:

Defendor

La ópera prima del director/escritor canadiense Peter Stebbings toma prestadas características de varios géneros –que van desde el drama familiar hasta la adaptación de la tira cómica– para amalgamarse en una sólida y original historia que, pudiendo caer en la superficialidad de una película de acción sin sabor, se define como una obra de introspección personal y denuncia social.

Arthur Poppington es un hombre solitario, de pocas palabras e intelecto limitado que vive obsesionado con una meta: vengar la muerte de su madre, quien él cree fue asesinada por el malvado Captain Industry. Poppington –interpretado con deliciosa ingenuidad y ternura por Woody Harrelson– asume la identidad de Defendor, un superhéroe austero pero ingenioso, temerario pero incapaz, que se rige bajo una regla: nunca usar armas porque las “armas son para los cobardes”.

En su papel como Defendor –utilizando como artificios de defensa canicas, frascos con avispas, jugo de limón, una atinada resortera y un “tanque”: el Defendog– Arthur inicia su búsqueda implacable ayudado por su nueva compañera Katerina Debrofkowits, a.k.a Angel (interpretada por Kat Dennings), una joven que proviene de un hogar roto, prostituta y adicta al crack. Entre mentiras y verdades a medias, ella lo convence de que sabe el paradero de su némesis, y le cobra la información para sustentar su adicción. Inevitablemente, los dos encuentran en el otro la pieza faltante en sus vidas, lo que les ayudará a cerrar sus ciclos, y aunque esto podría sentirse forzado, la química entre Harrelson y Dennings es tan natural que vuelve la última escena entre ellos un momento verdaderamente conmovedor.

Un filme divertido con una fina línea de humor negro y una construcción de personajes riquísima que le ayudan a volverse más digerible, pero nunca ñoño –como Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), película que tiene a un personaje muy similar en cuanto a su capacidad y entendimiento intelectual. Defendor es una película que, sin caer en sentimentalismos fáciles al estilo de I am Sam (Jessie Nelson, 2001), aborda la discapacidad de su personaje principal con humor, y así presenta una historia profunda sobre el desencanto y el valor que se requiere para cambiar las ideas preconcebidas del mundo en el que vivimos y la realidad de la que tanto nos quejamos.

Boogie, el aceitoso

Los filmes de animación casi siempre han sido equivocadamente asociados con las cintas infantiles. Esto se debe –en gran medida– a la influencia y dominio que ejerce la casa de Mickey Mouse sobre esta particular rama de películas. Sin embargo, es importante recalcar que este método eficaz de contar historias (tanto o más que cualquier otro gracias a su maleabilidad) ha sido utilizado también para llevar a la pantalla de plata grandes obras de calidad y fondo como, por mencionar las más recientes: la multipremiada Vals con Bashir (Ari Folman, 2008), donde se expone –con gran dominio narrativo y sobresaliente producción audiovisual– la invasión israelí al sur del Líbano en 1982 y las consecuencias psicosociales de los veteranos que pelearon, y Persépolis (Vincent Parannoud y Marjane Satrapi, 2007), que cuenta, en un exquisito y caprichoso blanco y negro, la agridulce historia de una niña iraní que, después de vivir su infancia en un régimen totalitarista, compara su cultura con la europea cuando es enviada, en la adolescencia, a Francia, donde descubre su libertad.

Aunque los anteriores son ejemplos de películas de crítica social, basta remitirnos a Film Noir (D. Jud Jones y Riso Topaloski, 2007) o –para los nostálgicos– la heterogénea Cool World (Ralph Bakshi, 1992) para ejemplificar películas diseñadas con el único propósito de entretener a un público adulto ávido de historias diferentes. Es ahí, dentro de esta rama “irreverente” de hacer cine, donde encaja Boogie, el aceitoso.

Basada en los personajes creados por el humorista gráfico argentino Roberto Fontanarrosa “El Negro”, Boogie es un matón a sueldo cuyos sentimientos han quedado sepultados; su único motor es el dinero y su único anhelo es el placer de la soledad. Un personaje totalmente inspirado en el espíritu de las novelas pulp y las películas noir, nacidas ambas en Estados Unidos durante la crisis de 1929.

Una característica esencial de este tipo de obras (tanto fílmicas como impresas) es la decadencia moral de su personaje principal, la triste e inevitable conversión del héroe en antihéroe, del soñador en pesimista. Boogie cumple con la anterior regla cabalmente: fue un valiente soldado que peleó en Vietnam –como podemos ver en el excelso flashback que evoca a Apocalypse Now– pero, como le sucedió a la mayoría de los combatientes de dicha guerra, la violencia lo trastornó.

El aceitoso se vuelve escurridizo y traicionero, y la atmósfera de la película retrata su naturaleza en cada cuadro. Se siente el cine negro, los tapices desgastados, los movimientos lentos, los tugurios sexuales, los autos clásicos, el pútrido olor de los barrios bajos y esa nostalgia jazzera que nos transporta a un universo donde la esperanza en el american way of life ha muerto.

Tomando secuencias prestadas de películas muy dignas del género, incluyendo dos divertidísimos homenajes (¿o plagios?) a Sin City (Robert Rodriguez y Frank Miller, 2005), y el mejor duelo à la western desde The Good, the Bad and the Ugly (Sergio Leone, 1966), el director, Gustavo Cova, envuelve a su personaje en una trama de acción trepidante, bien narrada y estructurada, donde cada personaje adquiere una dimensión y carácter lo suficientemente bien diseñados como para hacerlo creíble aun dentro de un mundo animado.

Una película refrescante, sin tapujos, divertida e irreverente, que no se preocupa por ser políticamente correcta; un mundo en el que caben homenajes desde a Tarantino hasta a Quino.

El único bemol en su corrida de exhibición nacional fue no recibir copias en 3D. Un buen film noir del que el mismísimo Humphrey Bogart estaría orgulloso.

-Joseduardo Giordano

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