Diplomacia mexicana: fiesta al ritmo de trova o blues

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A pocas horas de concluida la reunión en Washington entre el presidente Felipe Calderón y el presidente electo Barack Obama, se desató el previsible aluvión de comentarios, glosas, opiniones sólidas y cándidos lugares comunes. ¿Qué objetivos perseguía la histórica reunión? ¿Qué temas se tratarían? ¿Qué expectativas de éxito habría para México toda vez que el país no está precisamente en la primera línea de prioridades de Estados Unidos?

Previsiblemente, hubo de todo, pero tres cosas quedaron claras. Primera: la no siempre fácil ni predecible buena química entre ambos personajes finalmente sí se dio, gracias en buena medida al trabajo hecho tras bambalinas por los respectivos equipos políticos y diplomáticos. Segunda: los temas de la famosa relación bilateral, por importantes que sean, varían poco en el corto plazo o lo hacen en mínima medida dependiendo de coyunturas muy específicas, de ahí que el periodista Jorge Ramos fuera distinguido por segunda ocasión con el premio a la mentecatez mediática cuando, en entrevista con Denise Maerker, el susodicho alertó sobre la importancia de cuánto y qué se lograría negociar en la reunión en el Instituto Cultural de México en Washington. [1] Tercera y última: el debate más interesante que podría y debería desatar la reunión del lunes pasado entre Calderón y Obama, en especial después del anuncio que hizo ayer martes 13 de enero el embajador Arturo Sarukhan fijando el próximo mes de agosto como fecha límite para la visita a México del ahora sí presidente de Estados Unidos, radica sobre todo en el dilema que tiene ya frente a sí el presidente Calderón: dónde poner los acentos en política exterior y con quiénes hacerlo.

Ya se sabe hasta la náusea que la política exterior de México tiene sus principios, que desde luego atiende al interés nacional y que bla bla blá. Pero en la actual coyuntura de crisis económica internacional, los acentos puestos en nuestras relaciones con el mundo harán toda la diferencia en el corto, mediano y largo plazo. No está mal querer quedar bien con todo mundo, eso es lo menos que podemos pedir a cambio del sueldo que percibe la diplomacia, pero tal y como están las cosas la tan querida hermandad latinoamericana difícilmente hará el trabajo; en otras palabras, se ve un poquito complicado que nuestra excelente relación con Perú o Paraguay saque del hoyo a los pequeños y medianos empresarios cuya actividad productiva depende de la cadena asociada al comercio con Estados Unidos y que, para tener una idea clara de qué tan mal andamos, vale la pena señalar que en una proporción alarmante ya han dejado incluso de obtener por parte de sus bancos los créditos inherentes al ciclo normal de negocios.

Qué bueno que ya reconstruimos las relaciones con nuestros hermanos del cono Sur. Enhorabuena. El dilema impostergable del presidente Calderón es el siguiente: seguir reconstruyendo la hermandad y sacando de ella a cambio exaltados y profundos discursos enraizados en quién sabe qué historias, o relanzar la relación con el vecino del Norte, con miras a, por poner un ejemplo, no sólo engranar la recuperación económica de Estados Unidos con México sino además ampliar avenidas de crecimiento compartido para el futuro. El dilema de Calderón, por ende, implica tomar una decisión.

Ignoro por completo si el germen de dicha decisión puede ser identificado en otorgarle la exclusiva sobre la visita de Obama en agosto al embajador Sarukhan. Habrá quien diga que el notición resulta obvio en vista de que México será la sede de de la próxima Reunión Anual Trilateral de América del Norte, pero menos aparente es explicar por qué el anuncio no se hizo a través de los canales de comunicación social correspondientes, sobre todo transcurridas casi veinticuatro horas del histórico encuentro. ¿Tuvo en ese momento algo más importante que informar la Cancillería? ¿Por ejemplo que Costa Rica siga existiendo después de un temblor o bien que México se congratula de que nuestros hermanos de Ecuador afortunadamente no hayan pedido aún la extradición de una militante mexicana de las FARC?

Lo sigo ignorando y tampoco creo que importe demasiado. Lo que sí me parece obvio y apremiante es que el presidente de México vaya tomando su decisión de aquí a agosto y con ello vengan los debidos ajustes. No es lo mismo organizar la visita a México del canciller de Cuba que la del presidente de Estados Unidos. Para lo primero, basta en esencia con convocar a un par de dinosaurios, contratar a un conjunto de mariachi, a un par de trovadores y pagarles las chelas a tres diputados del PRD más los que se cuelen por parte del PT. Lo segundo, recibir en suelo patrio al presidente de la nación más poderosa, atender y sacarle jugo a la presencia del primer presidente afroamericano de Estados Unidos en un país con un muy soterrado pero profundo racismo, en una situación económica aterradora a ambos lados de la frontera, no queda del todo claro.

Quizás no importe tanto quién organice la fiesta en México, pero va siendo tiempo de decidir qué música es mejor y más provechosa para la realidad del país: si seguimos con la misma trova o le entramos de lleno al blues.

– Bruno H. Piché

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[1]Quizás recuerde el lector que la primera vez que el periodista Ramos recibió tal galardón fue durante el debate entre Obama y Hillary organizado por CNN-Univisión, cuando frente a las preguntas formuladas por John King derivadas de un deslumbrante conocimiento de ingeniería política americana, el anchor y agudo analista de la cadena hispana apenas alcanzó a balbucear ante dos titanes de la política algo así como “jiir güi also espyk espanich. Aquí también hablamos español”.

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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