En manos de los electores estadounidenses /y 2

Este puede ser un pésimo momento para poner al gobierno del país más poderoso del mundo en las manos de un presidente que ha probado ser proclive a polarizar al electorado en búsqueda de capital político.
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El principal riesgo de una segunda administración de Obama no es una mayor participación del estado en la economía sino el absoluto estancamiento que este gobierno provocaría dada su evidente incapacidad para articular una estrategia legislativa. Lejos de lo que se dice, Obama no ha sido “víctima del legislativo republicano”. Recordemos que la primera mitad de su administración transcurrió con ambas cámaras en manos demócratas (Durante la segunda solo el Senado era demócrata). Cuesta trabajo imaginar que podrían pasar las reformas que le prometió a su clientela con una mayoría republicana en ambas cámaras, como probablemente ocurrirá.

Viene un entorno económico global de menor crecimiento que promete ser volátil y lleno de sorpresas. Este puede ser un pésimo momento para poner al gobierno del país más poderoso del mundo en las manos de un presidente que ha probado ser proclive a polarizar al electorado en búsqueda de capital político. Según Maureen Dowd, columnista del New York Times (periódico pro partido demócrata), Obama está “en una burbuja dentro de una burbuja”, en un “exilio autoimpuesto”, “convencido de que el público no aprecia cuán excepcional es su presidente”. Resultaría asombrosamente inocente pensar que repentinamente Obama estará dispuesto a rebajarse al nivel de los mortales congresistas –en su mayoría republicanos- para buscar impulsar cualquier tipo de reforma.

¿Y Romney? Romney sigue sin probar que merece ser presidente. No ha logrado siquiera derrotar en las primarias republicanas a Newt Gingrich, quien es la caricatura de un político del siglo pasado: inmoral, corrupto, egocéntrico, volátil, racista y mujeriego.  

Romney tiene un perfil que es, en mi opinión, atractivo. Sí, es un multimillonario, pero hizo su fortuna solo, no la heredó. Es egresado con honores de las carreras de negocios y leyes de la Universidad de Harvard y ascendió como espuma en la firma de consultoría BCG, siendo después reclutado por Bain, por su probado talento para darle la vuelta a empresas en problemas (¿Será útil ese perfil en este entorno?) Cuando la firma decidió formar Bain Capital para buscar oportunidades de inversión en empresas con problemas, los socios de la firma decidieron ponerla en las manos del propio Romney, quien convirtió 37 millones de dólares de capital en 1984 en 500 millones en 1994 (y 66 mil millones hoy en día). Esas utilidades no se lograron saqueando o especulando, como se le acusa, sino rescatando y haciendo crecer a empresas como Staples, Sports Authority y muchas otras.

Que Gingrich u Obama ataquen el éxito económico de Romney quien hizo cada centavo de su fortuna primero como empleado y después como socio de empresas privadas, mientras que los primeros siempre han vivido del erario público (excepto lo que haya podido ganar Obama como profesor universitario), es análogo a cuando George W. Bush atacó el heroico perfil de John Kerry, condecorado veterano de la guerra de Vietnam, cuando él se escondió en las influencias de su papá para evitar ser reclutado. Pero, increíblemente, la estrategia le funcionó.

Como Romney demostró cuando fue gobernador de Massachusetts (con una legislatura totalmente demócrata) o en el rescate de los Juegos Olímpicos de Invierno en Utah, su fortaleza está en hacerle frente a crisis complejas y darles la vuelta. Tendría un perfil idóneo para impulsar una reforma seria al viejo y enredado código fiscal estadounidense. Incluso, podría hacerlo utilizando el trabajo hecho por la propia comisión Bowles-Simpson creada por Obama, la cual produjo propuestas inteligentes y objetivas que después, inexplicablemente, el presidente se negó a introducirlas para su discusión en el Congreso. A diferencia de los demócratas, la mayoría legislativa republicana sería quizá más disciplinada y podría aprobar reformas de fondo que cambiarían radicalmente la percepción que existe sobre el endeudamiento del gobierno estadounidense, y tal vez se podría aprovechar para reformar el complejo sistema de “entitlements” (compromisos contraídos por programas como Medicare, Medicaid, pensiones del Seguro Social, etcétera) que amenaza con quebrar al estado si no es modificado pronto.

Cualquier solución que ataque los problemas de fondo será impopular, pero quizá por eso es más factible que ocurra fuera de las manos de un presidente que busca un legado “rooseveltiano” para trascender históricamente, teniendo el enorme peso de ser el primer presidente afroamericano de Estados Unidos. Créanme que estoy lejos de simpatizar con el Partido Republicano en general. Pero en este entorno me parece que la reelección del presidente Obama podría ser peligrosa.

En la primaria republicana, Romney tendrá que sobreponerse a su perfil de conservador moderado en un partido profundamente radicalizado por tener al Partido del Té entre sus filas y por la creciente influencia de grupos religiosos ultra conservadores en el sur, que objetan a darle su voto a un mormón. Este es un partido que ha mutado peligrosamente a la derecha, asumiendo un perfil que hoy en día impediría que alguien del perfil de Reagan llegara a la presidencia, por considerársele demasiado moderado. Mientras más dure la primaria, más difícil le será a Romney regresar al centro, después de tener que mostrarse más conservador (antiinmigrante, antiaborto, etcétera) de lo que realmente es. En mi opinión, sin embargo, en la elección general los republicanos de todos los perfiles estarán dispuestos a votar por quien sea que impida un segundo mandato de Obama y Romney podría atraer el voto de electores independientes moderados, que serán quienes decidan la elección. A pesar de los mil millones de dólares con que cuenta Obama para su campaña de reelección, Romney podría ser un rival digno, cuya factibilidad aumentará conforme la recesiva situación económica se prolongue.

A este proceso aún le falta mucho. Pero no hay que caer en el error de pensar que, independientemente del desenlace, la situación en el país más poderoso del mundo será la misma. No lo sería en medio de un entorno normal, mucho menos lo será en medio de una crisis que está obligando a los países desarrollados a definir su perfil, sus prioridades  y el paradigma que determinará el camino a seguir.

En forma alarmante, mucho de lo que ocurrirá económica y geopolíticamente en el mundo estará en las manos de los electores estadounidenses que han probado ser tan imprevisibles, inmaduros, dogmáticos, viscerales e inocentes… como lo son los electores del resto del planeta. Esperemos que, al menos, elijan a partir de realidades y no de mitos, viendo con objetividad y no con los sesgos impuestos por las multimillonarias campañas políticas y medios de comunicación que amarran navajas y promueven mitos buscando que la contienda sea más larga y más agresiva. Lo que hasta ahora ha ocurrido no invita al optimismo. Pero hoy y siempre hay que apostarle a la democracia.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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