Diego Maquieira, director de poesía

Diego Maquieira es uno de esos poetas chilenos que contribuyen a la fama de Chile como país de poetas irrepetibles y excéntricos.
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El miércoles llegó Diego Maquieira (Santiago de Chile, 1951) a México para inaugurar el encuentro de poesía Vértigo de los Aires, que cada dos años trae a un par de poetas mayores de Latinoamérica y a un heterogéneo conjunto de poetas rabiosa y desesperantemente jóvenes. Ayer Maquieira, tocado con un sombrero cuya función, según él, era hacer explícita su anglofilia, leyó en el Cárcamo de Dolores con una voz teatral que se perdía en la alta cúpula y regresaba amplificada como un ataque alienígena (la metáfora, aventuro, le gustaría).

Menciono su visita como pretexto para repasar su obra, pero también porque se trata de un acontecimiento inusual: Maquieira apenas sale de su casa y no frecuenta los modernos salones de pompa y circunstancia en donde los escritores suelen lucir sus trajes de invisibles hilos. Es uno de esos poetas chilenos que contribuyen a la fama de Chile como país de poetas irrepetibles y excéntricos. De escasa difusión en el resto del continente, su obra es tan breve y espaciada en el tiempo como desconcertante. De los cuatro libros que tiene en su haber, los dos primeros (Upsilon y Bombardo, de 1975 y 1977) son prácticamente inconseguibles, y los dos siguientes (La Tirana y Los Sea Harrier, de 1983 y 1993, respectivamente) circulan como un rumor para entendidos en una edición que los reúne y que es encargo frecuente cuando alguien viaja a Santiago.

La dicción de Maquieira es audaz y desparpajada, y sus referencias se deslizan de un rincón a otro de la historia, desde Diego de Silva y Velásquez hasta un futuro delirante en el que “los milenaristas” y “los Sea Harrier” (unos aviones supersónicos) se disputan la catedral de Cuzco, pasando por Stanley Kubrick, Calvin Klein o “el Ted Hughes chileno”, entre muchos otros personajes.

“Decadencia” es una palabra clave en la obra de Maquieira. En Give me a break. Conversaciones con Diego Maquieira, de Patricio Hidalgo y Daniel Hopenhayn (libro indispensable del que extraigo, ya sin citar cada vez, algunas de las referencias que aquí pululan), el poeta explica: “La decadencia tiene fertilizantes. Es como usar un queso podrido para descubrir la penicilina, o como esa segunda fermentación con la que se hace el champagne. Por eso el champagne tiene esta cosa de ignition [gesticula como sacando un corcho], que dispara. Esa decadencia se usa como brasas para hacer estallar la plenitud de una cierta vitalidad”. Y es en medio de esa decadencia que se levanta la vitalidad y las voces potentísimas de los personajes de Maquieira. Porque siempre hay un personaje: una Tirana chillando encabalgamientos en medio de un coro de putas y travestis con apodos imposibles (“La Estados Unidos”, “La Guy Laroche”, “La Mussolini”), o un piloto de los Harrier echado en las gradas de un portaaviones mientras lee a Horacio.

Los nombres propios en la poesía de Maquieira no están como decoración ni como un conjunto de alusiones culteranas que el lector avezado deba descifrar para sonreír satisfecho de su fino bagaje. Están ahí para darle al poema un vuelo narrativo que lo hace, al mismo tiempo, delirante y procaz. Nada más lejos de la poesía prístina y sin conjugar –que con tanto aplauso se cultiva en México– que los personajes grotescos de Maquieira hablando entre ellos en un castellano que es un dialecto privado y expresivo; un español que le debe mucho al Vallejo de los Poemas humanos y a la prosa seca de Rulfo (otro de sus referentes).

Maquieira rasgó recientemente el tupido velo de silencio poético (“un silencio de nieve, no de tumba”, explicó ayer) que mantenía intacto desde 1993, año de la publicación de Los Sea Harrier. Hace algunos meses le escribí una carta que era un volado preguntándole si tenía algún inédito que quisiera publicar en la versión impresa de esta revista. El chileno me mandó entonces una serie de grabados, como él los llama, que anuncian un próximo libro tan radical y violento como los dos precedentes. De una violencia –como él mismo dice de Kubrick y su Naranja mecánica– “ritualizada”, convertida “en danza, en ballet, en ópera”.

No por nada Maquieira se considera, antes que un autor, un director de poesía: asegura que hace un casting de actores para sus libros, que emprende scoutings mentales en busca de la locación perfecta, y hasta recluta para un cameo el rostro y la voz inimitables de, por ejemplo, Marlon Brando (“pero Brando venía difícil y contrariado/ venía con la boca mordida de ayunos”). Como director de poemas, Maquieira atenúa la noción de autoría. Renuncia al ingenuo lirismo de los tantos “yoes” que los poetas blanden con vergonzante orgullo. Camina de puntitas sobre la barda que divide al humor de la solemnidad y retuerce el idioma para darle un sabor distinto en cada libro.

Esperemos que los poemas de Maquieira publicados en las páginas de Letras Libres y su reciente visita a México despierten el prurito de los editores nacionales. Por lo pronto, esta última provocación:

 

 La Tirana I

(Me sacaron por la cara)

 

Yo, La Tirana, rica y famosa

la Greta Garbo del cine chileno

pero muy culta y calentona, que comienzo

a decaer, que se me va la cabeza

cada vez que me pongo a hablar

y hacer recuento de mis polvos con Velásquez.

Ya no lo hago tan bien como lo hacía antes

Antes, todas las noches y a todo trapo

Ahora no.

Ahora suelo a veces entrar a una Iglesia

cuando no hay nadie

porque me gusta la luz que dan ciertas velas

la luz que le dan a mis pechugas

cuando estoy rezando.

Y es verdad, mi vida es terrible

Mi vida es una inmoralidad

Y si bien vengo de una familia muy conocida

Y si es cierto que me sacaron por la cara

y que los otros que están afuera me destrozarán

Aún soy la vieja que se los tiró a todos

Aún soy de una ordinariez feroz.

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(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).


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