La trompeta y el labio de Miles

Miles y la trompeta monodialogando en calles nocturnas habitadas por un solitario e insomne paseante de cualquier grande, oscura y fosforescente ciudad.
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En la alta noche, después de teclear por horas en el teclado textual, te has levantado, has mirado un rato hacia la oscuridad punteada aquí y allá de ventanas encendidas, y, como iniciando un rito, has puesto un disco de Miles Davis en el reproductor de CD, y ahora comienza a hablarte, a cantarte, esa trompeta tierna y velada en los trozos graves y tan vivaz en los agudos.

Escuchas esos ataques precisos, ese modo sutil de empastar el timbre tocando con sordina, ese rechazo del vibrato, esa onda vagabunda del fraseo, esa atmósfera fascinante, a veces mórbida, que un chamán lírico va emitiendo en el silencio subvertido de la universal e íntima noche del jazz.

Rica de extraños sondeos armónicos, la trompeta milesiana emite un flotante, lento, ondulante monólogo rítmico de cuando en cuando subrayado por las rupturas de tempo y los raros quiebres de tono. Qué maravillas las grabaciones de Miles de la segunda mitad de los años ’40, aquellas con Charles Parker (Billie’s Bounce, Milestones) y las del quinteto de 1955-60 con John Coltrane, Red Garland, Paul Chambers y Philly Joe Jones, y las magníficas interpretaciones, con sus varios, sucesivos combos, de los temas de Porgy and Bess y de las soleares y saetas del flamenco en Sketches of Spain y Flamenco Sketches y los juegos del disco titulado Milestones y la grabación del histórico concierto de 1963 en Antibes. (Después Miles emprendió sofisticados experimentos de rock y de músicas “exóticas” que, lo confieso, no he sabido ya escuchar).

Hace poco más de veinte años, el 28 de septiembre de 1991, a los sesenta y cinco de su edad y a medio siglo de soplar la trompeta, se apagó la vida de Miles Davis, uno de los mayores jazzmende todos los tiempos y, desde luego, mi jazzista favorito. En mi gratitud él queda como el poeta de la trompeta de acero Harmon, como el sucesivo mago del bebop, del cool, del hardbop, de la íntima melodía ondulante y de la angulada sordina.

Miles, una vida (Alton, 26 de mayo de 1926 – Santa Mónica, 28 de septiembre de 1991)y, como suele decirse entre fans de algo, una leyenda. Tocó en el quinteto del genial y también legendario saxofonista Charlie Parker; alternó sus audacias armónicas y su asombrosa velocidad de bopper y su relajado fraseo sin vibrato pero punzante en el registro agudo, dialogó con la serenidad del saxo o el clarinete de Lester Young y acompañó las tormentas de la percusión de Max Roach con un sutil trompeteo cool y las palpitaciones de una casi quietud rítmica.

Miles, el gran improvisador, el seguidor del hipnótico ritmo de Jeanne Moreau, la solitaria caminante sin rumbo por la noche y por las calles parisienses; y debe decirse que solo gracias a ese andar de la Moreau, y al monólogo en frases cortas y largas de Miles, tuvo en momentos la mediana película de Louis Malle, Ascensor para el cadalso, la condición de un poema cinematográfico.

Miles y la trompeta monodialogando en calles nocturnas habitadas por un solitario e insomne paseante de cualquier grande, oscura y fosforescente ciudad.

Miles, trazando en el impalpable tiempo esa tranquila y a la vez tensa línea de notas que aspira a la eternidad o siquiera a tu recuerdo y al de todos los desconocidos que, en la noche puntuada de lejanas y cercanas ventanas encendidas, comparten contigo el desvelo.

Pones otro CD de Miles y al recomenzar la trompeta prodigiosa recuerdas el texto que Boris Vian escribió para la cubierta del disco (Ascenseur pour le cadalse, Fontana-Jazz, 1957) con las varias pistas del soundtrack de la película:

“La grabación se hizo de noche en el estudio Poste Parisien y en una atmósfera serena. Estaban los productores y los técnicos y estaba Louis Malle descorbatado y esperando de Miles todo lo que la prodigiosa trompeta diera para acompañar las imágenes. Los músicos veían pasar en la pantalla las principales escenas filmadas e improvisaban sobre esas imágenes. De pronto, en la toma de la pista ‘Cena en el motel’, hubo una rara sonoridad de la trompeta. Un desprendido fragmento de piel del labio se había metido en la boquilla de la trompeta, y Miles, como esos pintores que transforman una errónea pincelada en un genial detalle, asumió ese nuevo elemento nunca antes oído y que acentúa el fascinante clima trágico logrado por el gran músico negro y su combo.”

Miles hacía jazz con la trompeta, con el aliento y hasta con la piel del labio.

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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