De tertulias y tertulios, 1

Tertuliar es una costumbre propia de la vida civilizada y si el primer contrato social fue la lengua, podemos pensar que de la tertulia habrá nacido la civilización.
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En 1739 el Diccionario de la Lengua Castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua…(y todavía sigue largamente ese título al que hoy resumimos en Diccionario de Autoridades) ofrecía tres acepciones de la voz tertulia. La primera: “TERTULIA. La junta voluntaria, o congreso de hombres discretos para discurrir en alguna materia. Algunos dicen Tertulea” ; la segunda, la más cercana al sentido que hoy tiene la palabra: “Se llama también la junta de amigos y familiares para conversación, juego y otras diversiones honestas” (¿de veras siempre honestas?); y la tercera, no usada en México (donde se prefiere galería o gayola): “En los corrales de comedias de Madrid es un corredor en la fachada frontera al teatro superior, y más alto a todos los aposentos” .Y como el Diccionario de la Real Academia Española, el DRAE, tiene dos acepciones semejantes a las que da el lexicón de las Autoridades, se las ahorro al lector. 

Las palabras tertulio ytertuliano designan a quien forma parte de una tertulia. En esta breve reseña memoriosa preferiré la primera para no confundirnos, pues  si hay Tertuliano, así, con inicial mayúscula, se trata de un padre de la iglesia que vivió entre los siglos II y III: Quinto Septimio Florencio Tertuliano, escritor, pero proclive al ascetismo estoico y por lo tanto de espíritu nada tertuliero.

En cafés, bares, cantinas, restaurantes, y otros lugares de ocio y de charla, los ciudadanos nos dedicamos a tertuliar, verbo aceptado por el DRAE aunque discriminado como “americanismo”. Así que nosotros tertuliamos, vosotros tertuliáis, ellos tertulian, todos tertuliaremos en la hora final (que acaso sea como una inmensa tertulia algo apocalíptica), y lo hacemos y haremos más o menos de la misma manera que los contertulios del siglo XVIII, es decir mediante la conversación, el vino, el café, el juego, etcétera.         

Tertuliar es una costumbre propia de la vida civilizada y si el primer contrato social fue la lengua, podemos pensar que de la tertulia habrá nacido la civilización. Acaso la primera tertulia merecedora de tal nombre ocurrió en la noche en que unos cuantos hombres prehistóricos, evadiendo el conyugal deber progenitivo con la señora también prehistórica, se reunieron en la caverna de uncomún amigo soltero para celebrar el sabadito alegre, o quizá el inminente comienzo de la Historia, pues en torno a la salvaje fogata, mientras comían rudos filetes de mamut asado sur place y bebían a saber qué menjurje, intercambiaban sonidos guturales que querían ser sílabas que querían ser palabras que querían ser chistes o chismes. Desde ahí y desde entonces la aguja de la Historia (con mayúscula, que es cosa muy respetable… y frecuentemente temible) iría ensartando tertulias. Sócrates enseñaba filosofía, no en una escuela, sino en una  tertulia que aún no se atrevía a decir su nombre, y Platón fundó la primera Academia tertuliando en el jardín premonitoriamente llamado de Academo, de donde nacieron las academias, es decir tertulias eruditas. Después, el hilo histórico pasaría por la tertulia de la Mesa Redonda en la que los caballeros del Rey Arturo, cuando éste no los oía (quizá por la modorra del vino), se deslenguaban en chismes y hasta en chistes sobre el dizque secreto love affair de la reina Ginebra y el caballero Lanzarote; por las tertulias agitadas de los aristócratas, los revolucionarios y los contrarrevolucionarios franceses, designadas con membretes como: los Jacobinos, los Frondeses, los Girondinos, los Montañeses y los Sans-Culottes (que, con perdón, así se les apodaba); por la tertulia del pub londinense donde el doctor Samuel Johnson, en total fervor alcohólico y tongue in cheek, rodeado de sus fans y mirando de reojo hacia Boswell, su perspicaz y por eso desconfiable biógrafo, disertaba con genio acerca de sencillamente todo; por las tertulias chocolateras de doña Josefa Ortiz de Domínguez, donde tertuliaba don Miguel Hidalgo con los mexicanos distinguidos e inconformes respecto del yugo español y planeaban la Independencia para salir a cazar a otros tertulieros de opuestas tertulias: los gachupines; por las tertulias madrileñas y decimonónicas de café con leche, zetas, y gerundios e ideas, frecuentadas por don Mariano José de Larra, inventor de la crónica moderna para el periodismo y la literatura de España; por la tertulia en los cafés de Salamanca donde don Miguel de Unamuno monologaba ante sus espontáneos discípulos discurriendo sobre el Sentimiento Trágico de la Vida mientras practicaba la Cocotología (según llamó, ennobleciéndolo, al arte de hacer pajaritas de papel); por la tertulia de la cervecería de Munich donde Adolfo Hitler, moviendo simiescamente el bigote robado a Charles Chaplin, conjuraba sus rencores de mal pintor de tarjetas postales recitando su bodrio Mein Kampf y reclutando cretinos para el fascista delirio del Tercer Reich; y por… (Pero se acabó el espacio. Seguiremos el próximo domingo en esta mínima tertulia entre escritor y lector… si hay lector).

(Continuará)

(Publicado anteriormente en Milenio Diario)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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