Campaña de contraste

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Imaginemos la siguiente situación.

En los primeros días de un gobierno después de una elección disputada, la oposición descubre que un importante miembro del recién inaugurado gabinete tiene cola que le pisen. Dolidos aún por el resultado electoral, los opositores deciden atacar: salen a los medios de comunicación y acusan de corrupto al funcionario. Contra las cuerdas, el político en cuestión tarda en reaccionar. Cuando por fin lo hace, la circunstancia lo rebasa: la campaña de desprestigio ha surtido efecto y el hombre ha perdido capacidad de liderazgo. Tarde o temprano tendrá que renunciar. La oposición, pues, ha ganado la partida. ¿Es este un caso ruin de “guerra sucia”? No. Tras descubrir la polémica que esconde la vida pasada de este hipotético miembro del gabinete, la oposición simplemente se ha decidido a jugar con rudeza en la arena política. Esa aspereza no implica una traición a la patria. ¿Sería una estrategia indecorosa si esa misma oposición decidiera utilizar el caso del funcionario caído como argumento electoral en la siguiente votación? Tampoco. Un gobierno en funciones debe asumir que sus decisiones serán juzgadas por la ciudadanía y, si resultan tropiezos, aprovechadas por sus antagonistas. Imaginar que la oposición no utilizará los errores de un gobierno para tratar de vencerlo en el siguiente ciclo electoral no es sólo una muestra de ingenuidad sino, quizá, de la más perversa hipocresía.

Para nuestra desgracia, ese saco le queda al México de hoy. El escándalo que ha despertado en los últimos días la campaña del PAN en contra del PRI sería cómico si no fuera trágico. Hace unas semanas escribí en este mismo espacio que, tras la reforma electoral, México se ha convertido en un país de histéricos, en donde el ejercicio más elemental de la política equivale a un insulto a la impoluta sociedad mexicana. Sostengo lo dicho. La reacción del PRI a la famosa “sopa de letras” panista me ha recordado la rabieta de un niño de biberón. Y es que todo indica que hemos llegado al límite: ahora resulta que un par de anuncios más bien tontos pueden poner en riesgo la viabilidad del país. En la semana que termina pude leer las opiniones enardecidas de al menos una decena de colegas que acusaron al PAN de dinamitar la democracia con ese anuncio perverso, demoniaco en el que le pedía al lector relacionar un par de columnas como en un examen de primaria. Si una provocación infantil como la panista pone en peligro la gobernabilidad de México, estamos en serios problemas.

Algunos columnistas fueron más allá al suponer un escenario apocalíptico para la mañana siguiente de las elecciones. Su hipótesis es, más o menos, la siguiente: después de una campaña llena de hostilidades inenarrables como la “sopa de letras”, el PRI (¡el PRI!) entra en un estado de catatonia emocional, declarándose profundamente sentido por las groserías panistas. En ese escenario, este PRI lloroso decide cobrarle al PAN todas sus descortesías y, como amante despechada(o), opta por colapsar México. Lo dicho: si no fuera cómico sería trágico. Suponer que el PRI le dará la espalda a la negociación política el 6 de julio sólo puede ocurrírsele a un ingenuo o, peor aún, a alguien que ve a la política no como un juego infinito de reacomodos maquiavélicos sino como un kínder de niños emberrinchados.

Una enorme mayoría de las democracias del mundo incluyen campañas de contraste en sus procesos electorales. De una u otra manera, los políticos en contienda tratan de recordarle al electorado los errores de su antagonista. La historia del partido y la historia personal del candidato son argumentos válidos y recurrentes. Pasa en Francia, Inglaterra, Italia, España y, por supuesto, en Estados Unidos. El ejemplo estadounidense es particularmente interesante. Es imposible imaginar al partido demócrata haciendo campaña en 2008 sin hacer referencia alguna a la larga lista de tropiezos de George W. Bush. Los errores de Bush fueron la estrategia de campaña de los demócratas. Con toda razón y sapiencia política, Barack Obama se presentó —y se sigue presentando— como el opuesto perfecto del presidente anterior. ¿Equivale esto a una brutal guerra sucia o es, más bien, una estrategia ineludible después de la catástrofe que representó Bush? La respuesta es evidente ¿Cuál es la diferencia entre lo ocurrido con Obama y lo que pretende hacer el PAN ahora? Ninguna. Lo que sí es muy distinto es la reacción de los ofendidos en ambos países. Una de las reglas de oro de las democracias modernas —mediatizadas, obsesionadas con la síntesis de mensaje— es la importancia de la respuesta inmediata y eficaz a las campañas negativas. El equipo de John McCain intentó deslindarse rápidamente de Bush y quizá lo hubiera logrado por completo de no ser por la explosión de la crisis financiera. Los priistas, en cambio, han optado por rasgarse las vestiduras: han preferido quejarse de la estrategia rival antes que contrarrestarla. Es un error de antología. Ya en 2006, enfrentado con una situación similar, Andrés Manuel López Obrador dejó, gracias a un silencio ingenuo e incomprensible, que la campaña negativa panista convenciera a los electores. El “peligro para México” hundió la candidatura del perredista. En el equipo de AMLO es un secreto a voces que, de haber respondido con contundencia e inmediatez a la campaña de contraste, el resultado final podría haber sido distinto. Tienen razón. Como López Obrador entonces, el PRI del 2009 deberá entender que la democracia moderna pasa por el contraste y por los medios de comunicación. El brinco que ha pegado el PAN en las encuestas después de cambiar el tono de la campaña no es ninguna casualidad. Si los priistas se suman a la histeria y deciden no responderle al PAN, el blanquiazul habrá ganado la partida. Y luego vendrá Enrique Peña Nieto, a quien no le falta historia…

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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