Un gobierno de progreso

El PSOE busca formar un "gobierno de cambio progresista y reformista", lo que alude indirectamente a un pacto con Ciudadanos. 
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Las etiquetas son muy flexibles. Cuando en campaña Pedro Sánchez hablaba de “clase media trabajadora” inventaba una clase transversal en la que cabían desde obreros a profesionales liberales. Ahora negocia un “gobierno de cambio progresista y reformista”, una formulación ambigua y concreta a la vez. En el cambio dice que tendrá cabida toda la población, pero “progresista y reformista” son categorías maleables: Ciudadanos se considera progresista, pero Sánchez lo incluyó en campaña en “las derechas”; Podemos es un partido de izquierdas, pero prefiere etiquetas más amplias como “cambio”.

Cuando en rueda de prensa un periodista preguntó a Errejón sobre la posibilidad de un gobierno de izquierdas, el secretario político de Podemos le corrigió: no es un “gobierno de izquierdas” sino un “gobierno del cambio”. Los marcos son esenciales. E izquierda a secas no parece un marco ganador. Al PSOE se le puede llamar progresista, pero quizá reformista no tanto: es una palabra fetiche de la derecha -aunque reformista es hasta Mayor Oreja- o del centrismo de Ciudadanos. Rajoy, por su parte, negó hasta dos veces al rey la formación de un gobierno, en una actitud sorprendente de inmovilismo infantil, y cuestionó la excesiva “licencia poética” de llamar progresista a un gobierno formado por la izquierda y los nacionalistas.

Hay muchos “progresos” y muchas lecturas del “cambio”. El progreso para Podemos es un pacto con el PSOE en el que puedan entrar en el gobierno. Para alcanzar la mayoría necesitarían el apoyo de los partidos nacionalistas, dada la negativa de PP y Ciudadanos de apoyar ese gobierno. Para el PSOE, que añade a la idea de gobierno de progreso la etiqueta “reformismo” para incluir a Ciudadanos, lo ideal es un pacto con Albert Rivera. Ese hipotético gobierno solo puede salir adelante si el PP se abstiene, pero los populares afirman que no votarán a nadie que no sea Rajoy. Y Ciudadanos promete no entrar en ningún gobierno, lo que significaría un gobierno en minoría y muy débil del PSOE. Todos los partidos están a favor del bien (de su bien) y en contra del mal, a pesar de que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones.

El bloqueo político también era retórico, y el desbloqueo vendrá también desde ahí: Podemos tiene que ceder en su idea de que solo ellos representan a la gente. Solo con la gente no llegan a la mayoría, y van a necesitar a la no-gente. Podemos se visibiliza más retóricamente que mediante programa. Si nadie sabe lo que es exactamente la gente, en ella pueden entrar los que uno quiera en el momento que sea necesario. Un partido “criminal” como el PSOE, como dijo Ada Colau, puede de pronto adoptar un rostro humano. Quizá en una votación para un paquete de medidas contra la pobreza y la desigualdad los votos del PSOE y Ciudadanos se conviertan en gente. Es más fácil traicionar los significados que las promesas políticas: al fin y al cabo, gente es lo que quiera la gente.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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