Un empacho de nada

El aburrimiento es ese estado en el que todo está suspendido y uno está, como dice Pessoa, “borracho de la nada”.
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El aburrimiento es esta tarde de bochorno, sin viento, el cielo de un blanco cegador.  El aburrimiento es ese estado en el que todo está suspendido y uno está, como dice Pessoa, “borracho de la nada”. Y nada merece la pena. El aburrimiento es ese momento de la noche en el que estás cansado para leer –o ver la tele, o ver una serie, o escribir– pero no lo suficiente como para dormir.

Hace mucho tiempo que no me aburro realmente. O eso creo. Si está en mi mano, no suelo aburrirme. Antes me agobio, o me duermo. Es lo fascinante del aburrimiento, que puede tener esas dos salidas sin entrar en contradicción: puedes aburrirte y y mover el culo en el asiento y resoplar y acabar realmente agobiado; o puedes aburrirte viendo una película soporífera o escuchando una charla y quedarte dormido.

Cuando era niño y me aburría, mis padres me comentaban que no todo en la vida es diversión. La dicotomía era la siguiente: aburrimiento vs responsabilidad. Si el aburrimiento era adolescente o infantil, la madurez, que traía consigo responsabilidades, haría desaparecer el aburrimiento. Qué aburrido.

Digo que ya no me aburro, pero realmente no lo sé. Lars Svendsen escribe en A Philosophy of Boredom que es perfectamente posible estar aburrido sin ser consciente de ello, que todos, hasta los que decimos que no, también nos aburrimos. Svendsen lo relaciona con la idea de melancolía de Freud. Este comparaba el duelo con la melancolía: mientras que el duelo es el sufrimiento por la pérdida de alguien en concreto, la melancolía lo es por la pérdida de algo que no se sabe lo que es. Pero el aburrimiento “carece del encanto de la melancolía, que se relaciona con la sabiduría, la sensibilidad y la belleza”. No es tampoco depresión, una cuestión mucho más seria. El aburrimiento es aburrido, es vulgar y anodino.

Y sin embargo se asocia con la creatividad. “Los dioses estaban aburridos; por ello crearon a los humanos”, escribe Kierkegaard. Si hay literatura hasta en un cenicero, es el aburrimiento el que lo convierte en algo literario. Si no qué iba a hacer yo mirando este cenicero. Si ni siquiera fumo. El aburrimiento es el estadio previo a la creatividad, siempre y cuando pueda superarse. Pero hace falta curiosidad, aunque sea por el propio aburrimiento.

Siegfried Kracauer, en un ensayo de 1924 publicado en The Frankfurter Zeitung, reivindicaba un “extraordinario y radical aburrimiento” para así poder indagar en sus ideas más locas e improvisadas y crear. “Te alegras de no estar haciendo nada más que estar contigo mismo, sin saber lo que realmente tendrías que estar haciendo”. El poeta Charles Simic dice deberle mucho al aburrimiento: “te conviertes en un espectador de tu propia existencia”.

Hace poco un hombre a mi lado en el tren comenzó a hablarme porque se le había acabado la batería del móvil. Me hizo las siguientes preguntas:

–¿Cuál es el 5% de 1.500.000?

–¿Qué hora es?

–¿Eso es un iPad? ¿Cuánto le dura la batería?

–Los Ciudadanos esos son de ultraderecha, ¿no?

–¡Calasparra! (esto no es una pregunta pero su entusiasmo al oír el nombre por megafonía fue fabuloso).

Entre medias me comentó que era fotógrafo, que había trabajado de trader (“todo en esta vida es especulación”) y que se aburría mucho. Resoplaba, me observaba leer, se movía en el asiento, intentaba dormir pero no podía, miraba el programa de cocina que emitían en la televisión, resoplaba otra vez, hasta que, no sin antes echármelo en cara, como si yo le hubiera fallado en su intento por entretenerse, se fue al bar. Cuando llegamos a la estación de Murcia, todavía no había vuelto a su asiento. No volví a verlo. Lo imagino aún agarrado a la barra mientras los revisores y camareros (“ya ha llegado a su destino”, “no puede seguir aquí”, “la Coca Cola son 3,50”), tiran de él para que salga del tren y afronte su aburrimiento y su existencia.

Las pocas veces que recuerdo haberme aburrido de verdad en los últimos años –aburrimiento como el de un niño en una tarde de domingo, o en misa, o en el colegio, o ese aburrimiento atroz de mi vecino de tren– no significaron una posterior explosión de creatividad, sino todo lo contrario. Se confunde el aburrimiento con la pereza o la procrastinación. El primero, en mi caso, es incómodo, un vacío en el estómago. Las otras son algo más apacible. Cuando estoy aburrido no saco nada en claro, pero parece que sí cuando otros se aburren. Si mi amigo el trader/fotógrafo/go-getter no se hubiera aburrido, si no me hubiera dado cháchara, no se me habría ocurrido este artículo, que uno no debería leer a no ser que esté aburridísimo.

P.D: El 5% de 1.500.000 es 75.000. Esa es la cifra que un cliente le había ofrecido a nuestro personaje si se unía a su franquicia de hamburguesas (resulta que venía de una feria de franquicias en Madrid). Pero no le convenció mucho: “Nadie da gato por liebre”, comentó poco antes de abrir, con más resoplidos, el libro Piensa como un millonario

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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