La Generación de la discordia

¿Cómo bautizar a la generación nacida entre 1950 y 1965? Parece natural referirla al año axial que le abrió las compuertas de la historia: 1994. 
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Hace un mes esbocé en este espacio el método de las generaciones. En un artículo posterior tracé un perfil de la generación del 68 a la que pertenezco. Ahora doy inicio a una serie sobre las generaciones políticas que comparten el escenario en el siglo XXI.

¿Cómo bautizar a la primera, nacida entre 1950 y 1965? Parece natural referirla al año axial que le abrió las compuertas de la historia: 1994. Demasiado jóvenes para participar en el 68, vivieron bajo su signo. Sabían que el régimen estaba herido de muerte. Padecieron los desastres económicos de Echeverría y López Portillo, la parálisis gubernamental en el terremoto del 85, el fraude del 88, las luces y sombras del gobierno de Salinas, el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio. A lo largo de sus vidas, la palabra "crisis" se volvió sinónimo de normalidad. Toda la tensión acumulada estalló en 1994.

Su designio fue superar la crisis endémica y fundar un nuevo ciclo histórico: construir las prácticas e instituciones de la democracia en México. Tras el asesinato de Colosio, llegó al poder Ernesto Zedillo. Nacido en 1951, era un liberal auténtico y un demócrata convencido. A principio de su gobierno abrió el debate de los partidos para lograr el esperado tránsito. Renovó y dotó de una autonomía sustantiva a la Suprema Corte de Justicia. Fortaleció al IFE, cuyo primer presidente ciudadano, José Woldenberg –nacido en 1952–, pasó de la militancia sindical universitaria a la gestión nacional del aparato electoral, eje de la democracia.

En aquel promisorio fin de siglo, la Generación del 94 comenzó a afirmarse en los partidos de oposición. Muchos de sus líderes, de antigua filiación marxista, hicieron la autocrítica de sus creencias revolucionarias y guiados por el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas asumieron cabalmente la vía democrática. Panistas y neopanistas vieron la oportunidad de reivindicar los valores democráticos de su partido. Aun en el PRI surgieron algunas voces democráticas.

Sólo una nube opacaba el horizonte democrático: el movimiento zapatista. Sus demandas –antiguas, lacerantes, justificadas– conmovieron a la sociedad. Lo encabezaba un miembro de la Generación del 94: el carismático Subcomandante Marcos (nacido en 1957). También Marcos quería la construcción de un nuevo orden, pero no democrático sino revolucionario. Su postura instauró la discordia en el ala izquierda de la Generación del 94: ¿democracia o revolución? El país no tenía dudas: prefería la democracia.

En el gobierno de Fox descollaban dos proyectos: actuar contra los vestigios del antiguo régimen u optar por una política de conciliación. En las vacilaciones provocadas por esa tensión interna se perdió la "ventana de oportunidad" que ofrecía la arrolladora popularidad inicial del presidente. El tiempo pasó muy rápido y se creó un vacío de poder que aprovecharon poderes regionales y fácticos, lícitos e ilícitos, y un nuevo líder carismático, el Jefe de Gobierno del D.F., Andrés Manuel López Obrador (1953). Tomando la estafeta de Marcos (que se desvaneció en la penumbra y la leyenda) López Obrador ahondó la discordia interna en la Generación del 94. Su plataforma no proponía la construcción de un orden democrático nuevo sino la vuelta al orden antiguo de la Revolución mexicana, en su momento cardenista.

Hágase la cuenta de los últimos veinte años y se apreciará el predominio de la Generación del 94. Representan ideologías distintas, proyectos diversos. En ciertos ámbitos (la Suprema Corte, el INAI, el INE) han hecho aportes al nuevo orden. A esa generación pertenece Felipe Calderón (1962). Más allá de sus aciertos y desaciertos, su gobierno preservó el frágil edificio de la democracia.

La destrucción de ese edificio no es imposible. A partir de 2006, la política mexicana se volvió una batalla campal en el seno de la Generación de 1994. El líder de su ala radical opina que el modelo económico es absolutamente erróneo. Y sostiene que no vivimos en democracia. Está en su derecho, pero sus afirmaciones contradicen su propio lugar en la vida pública: tiene la propiedad privada de un partido político, goza del financiamiento público que eso supone y una exposición sin precedente en los medios de comunicación. Su postura presagia lo que sería su gobierno. El advenimiento de un caudillo mesiánico a la presidencia, hecho inédito e incompatible con las leyes e instituciones de una democracia. La discordia se dirimirá en 2018. El legado de la generación está en vilo.

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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