En contra de las precuelas

Una crítica a las precuelas que analiza la segunda trilogía de Star Wars, y Prometheus, la nueva cinta de la saga del alien. .
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Más allá de que están dirigidas con las patas, de que hay telenovelas venezolanas mejor interpretadas y más allá de que la historia es incoherente, ¿por qué son tan odiadas las precuelas de Star Wars? Mi hipótesis es la siguiente: el público y la crítica las detestan porque respondieron lo que jamás debió haber tenido respuesta. Nunca debimos ver a Darth Vader a los ocho años, ni presenciar el nacimiento de Luke y Leia, ni mucho menos ver a Yoda en pleno ballet con lightsaber. Las respuestas atrofian la imaginación: le dan concreción a lo vago, sellan lo que estaba abierto a interpretaciones. Las historias de cine –más incluso que las de las novelas- existen lejos de su propia duración en pantalla. Están hechas de suposiciones y deseos: de lo que queremos creer que ocurrió. Por eso fracasó la tercera parte de The godfather: porque queríamos intuir el resto de la vida de Corleone, después de dejarlo solo en aquel gélido jardín. Lo que Lucas y Coppola hicieron fue un acto digno de un dictador. Fue decretar en lugar de dejar en libertad al espectador y sus especulaciones. Y el legado de sus sagas quedó manchado para siempre.

Algo similar ocurrirá, sin lugar a dudas, con la dizque precuela de Alien, patrimonio de la ciencia ficción y, a fe mía, tesoro de la cinematografía moderna. Tal y como está ahora, la saga de Ripley y el alienígena luce por sus aciertos y sus fallas. Es una historia compuesta por dos capítulos intachables y otros dos que, si bien no cuajan, por lo menos pueden ser descritos como admirables fracasos: ambiciosos, medio orates y distintos entre sí. Ahora, de la mano de Damon Lindelof (creador de Lost), Ridley Scott se prepara para volver a visitar el universo del alien. Los rumores en internet apuntan a que Prometheus, como se llamará la cinta, es y no es una precuela (sepa Dios lo que esto signifique) y que habla del Alien, pero no como lo conocemos. Diversas fuentes de información avisan que el guión gira en torno al famoso space jockey: aquel extrañísimo y fascinante alienígena fosilizado que conocemos después de que el Nostromo aterriza en el planeta que después sería llamado LV-426. Son esas mismas fuentes las que aseguran que Prometheus sugerirá que el alien, el monstruo más misterioso de la historia, es en realidad un arma biológica creada por seres humanos.

Para ponerse a llorar.

Lo primero que llama la atención es que Lindelof, el cerebro detrás de una serie que se negó a responder una de sus 2,874 interrogantes, esté al frente de una película cuyo objetivo principal es dar respuestas. Y lo segundo, que más que llamar la atención alarma, es qué tan innecesaria es una explicación a estas alturas del partido. No, no solamente es innecesaria o irrelevante: en el universo de Alien, dar respuestas es veneno. La criatura aterroriza precisamente porque desconocemos su origen. El propio nombre de la cinta habla de algo ajeno, casi inasible. Por eso, presiento, la nueva producción no se atrevió a usar el nombre de la saga, tirando la palabra “Alien” por la borda. En manos de Lindelof, el alien no es un alien: es algo tangible: una bestia, un monstruo, una gigantesca cucaracha de laboratorio. Qué destino tan triste le deparó el séptimo arte a una de sus más fascinantes creaciones.

El fracaso de Lucas –tanto en precuelas como en secuelas innecesarias (recordemos la espeluznante cuarta parte de Indiana Jones; o mejor no)- debería servir de escarmiento para el resto de los cineastas que pretenden usar su medio para explicar, iluminar, justificar. Pero, más que ningún otro, el éxito del género de terror parte de lo desconocido. Las preguntas dilatan su potencial; las respuestas lo castran. ¿Necesitamos saber por qué Pazuzu posee a Regan en The exorcist?, ¿necesitamos saber de dónde vienen los pájaros de Hitchcock? No, por supuesto que no. La fuerza del alien está en nuestras propias interpretaciones, en lo que no vimos. Y les adelanto una cosa: la escena, en mi mente, de esa primera criatura explotando desde adentro de las entrañas del space jockey es mucho mejor que la que filmará Scott. El problema es que esa versión en mi cabeza dejará de existir en el instante en el que vea la versión oficial.

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Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!


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