Apostándole al milagro (2)

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La recuperación de la bolsa reanima a la economía y viceversa. Parece un proceso inocuo, pero no lo es. Conforme los precios de las acciones aumentan sin estar respaldados -porque la capacidad de las empresas de generar utilidades crece al mismo ritmo- la bolsa se encarece.

La propia situación del empleo es mal presagio para el crecimiento potencial de las utilidades. Menos horas trabajadas y menores compensaciones por hora se traducen en mayor productividad. Será difícil ver inflación a corto plazo considerando ésta, altos niveles de capacidad instalada ociosa, y una enorme parte de la fuerza laboral que también lo está. La presión deflacionaria seguirá siendo dominante y eso afectará, también, al crecimiento en las utilidades generadas por las empresas pues tienen nula capacidad de fijar los precios a los que venden sus bienes y servicios.

Los niveles actuales de valuación[1] en el mercado accionario descuentan que las utilidades crecerán 40% el próximo año, y que la economía crecerá 4%. Esa no sería una “recuperación”, sería un milagro. La economía quizá crecerá quizá 1.5%, y el crecimiento de las utilidades será endeble, a pesar de lo que mostraron los resultados del segundo trimestre cuando vimos un proceso de reconstrucción de inventarios y de reducción de costos que no volverá a repetirse.

Sin duda, la valuación de la bolsa es –y ha sido siempre– un pésimo indicador sobre momentos óptimos para entrar o salir del mercado. La evidencia nos muestra que un mercado puede encarecerse irracionalmente por años, o abaratarse sin fundamento durante mucho tiempo. Como dicen, el mercado puede mantenerse irracional durante mucho más tiempo de lo que uno puede mantenerse solvente. Sin embargo, yo me pregunto si se justifica invertir cuando parece mucho mayor el riesgo de baja que el potencial de alza. Más aún si el riesgo ante nosotros es que cuando la bolsa baje retorne el pesimismo, vuelva a deprimirse el consumidor, se acelere la caída en el precio de los inmuebles y, sobretodo, se incremente la fuerte presión política sobre un gobierno abrumado por las malas noticias y por el alto número de frentes de batalla abiertos (algunos, literalmente).

Nadie podría afirmar que el gobierno de Obama tuvo la culpa de la crisis que heredó. Cada día que pasa, sin embargo, la crisis es un poco más suya. La última vez que el desempleo alcanzó el nivel actual, fue en junio de 1983 y el presidente era Ronald Reagan. La diferencia entre entonces y ahora es que en aquella ocasión Reagan optó por estimular a la economía y fomentar la creación de empleos bajando impuestos y disminuyendo la carga regulatoria. Este gobierno hará probablemente lo opuesto.

No me cabe duda de que la política jugará, como siempre, un papel preponderante. Obama quiere evitar que le ocurra lo que le pasó a Clinton quien, después de tener mayoría demócrata en ambas cámaras, la perdió en la elección a mediados de su primer mandato. El Waterloo de los demócratas podría estar en haber sobrevendido un estímulo fiscal que poco puede hacer para revertir la tendencia del desempleo. Si la decisión es incrementar la apuesta fiscal, estarán poniendo en riesgo la credibilidad del dólar. A la larga, lo peor que podría pasar es que quienes hoy financian el déficit estadounidense empiecen a exigir mayores tasas de interés para compensar por el riesgo cambiario. Al tratar de salir de una crisis de deuda, encarecer su financiamiento puede resultar un lastre demasiado pesado que garantice el comienzo de la segunda fase de la recesión.

40% del PIB estadounidense es ya generado por gasto público federal, estatal, o local. 43 centavos de cada dólar que gasta el gobierno es prestado y no hemos siquiera empezado a afrontar el hecho de que la mitad de los beneficios de programas públicos como el de “Medicare”[2] no están fondeados.

Después de que terminó el estímulo fiscal para la compra de autos nuevos (el programa llamado “cash for clunkers”), vimos las ventas de autos de General Motors y Chrysler caer más de 40% en el mes de septiembre. La economía estadounidense aún no puede caminar sin la ayuda de la “andadera” fiscal.

La economía ha mejorado, pero no tanto como los mercados accionarios –y los “expertos” económicos analfabetas- parecen afirmar. Mervyn King, el gobernador del banco central inglés, dijo el mes pasado: “es el nivel, estúpido”, haciendo alusión a la célebre frase que pronunció el presidente Bill Clinton en su campaña a la presidencia cuando le recordó a George Bush padre que para los electores lo más importante era la economía. King se refiere a que, por mucho que la economía esté moviéndose en la dirección correcta, lo que importa es el alto nivel que ha alcanzado la caída en el ingreso y en la riqueza, el desempleo, y el endeudamiento.

El comportamiento de la bolsa se aleja, cada vez más, de la realidad. Puede seguir desafiando la gravedad, pero no eternamente. ¿Será octubre el mes en el que las brujas hagan su arribo, como ha ocurrido en otras ocasiones? Ya lo veremos.

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[1]El múltiplo precio/utilidad neta conocida está en 180 veces, debido a que hubo muchos cargos extraordinarios. Si “normalizamos” y consideramos sólo utiidades operativas, está en casi 16 veces (más cara que en octubre de 2007, cuando los mercados tocaron máximos), y a 2.4 veces valor en libros.

[2]Programa de seguro de salud administrado por el gobierno estadounidense, para gente de más de 65 años que cumpla con ciertos criterios. Conforme la población ha envejecido, la carga fiscal se vuelve mayor, pues no se construyeron reservas que cubran su costo.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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