Apagando con fuego un incendio

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Después de que los inversionistas han sido vapuleados por una crisis como la reciente, es tentador ver luz al final del túnel, aunque ésta la emita un tren a punto de arrollarnos. No es evidente de dónde provendrá el crecimiento ahora que el consumidor estadounidense –72% de la economía de ese país y alrededor de 17% del PIB mundial– se queda en casa para reconstruir su mermado ahorro. Esa desesperada exigüidad induce un ferviente deseo de encontrar en China el nuevo motor, y esa esperanza provoca que se ignoren las inconsistencias de su modelo y se perdonen las grietas que el gigante asiático empieza a mostrar.

Como dije antes, no es sólo un “detalle” el hecho de que se trate de un gobierno autocrático; tampoco lo es que las principales empresas sean estatales. Sí, los bancos estatales han inundado al mercado con crédito, siguiendo obedientemente las órdenes recibidas. No podemos esperar que haya criterios económicos o análisis de crédito tradicionales detrás de ese proceso.

La lógica de que el mercado determine a dónde irá a parar el crédito y la inversión está en que el precio determinado por ese mercado incorpora factores relevantes, como la rentabilidad esperada, el mercado potencial, etcétera. A corto plazo, el mercado no es infalible. Puede no ver amenazas potenciales, dejarse llevar por señales equivocadas o por anhelos infundados. A la larga, sin embargo, suele ser la forma más eficiente de asegurar que el dinero fluya hacia donde tenga más sentido.

Cuando es el estado quien toma estas decisiones, los criterios económicos están sesgados no sólo por las obvias consideraciones políticas, sino también por objetivos de corto plazo que a veces se verán contrapuestos a las metas de largo plazo. Esto ocurre aun en el caso de los países asiáticos, culturalmente más dispuestos que nosotros a pensar más allá de sus narices.

China se encuentra ante encrucijadas crecientemente complejas. Por una parte, sabe que la gratificación instantánea proveniente de exportar manufacturas baratas –lo que les permite emplear a la gente que ha migrado del campo a las ciudades, aunque sea pagándoles sueldos de hambre– está en riesgo. Para seguir creciendo al ritmo de los últimos años China tiene que promover la creación de un mercado interno robusto.

Fomentar el crecimiento del consumo interno no es trivial. Primero, la cultura china ve al ahorro como cualidad; pero, más importante tal vez, la ausencia de una red de protección social que provea salud pública, pensiones y educación, genera una incertidumbre que paraliza la posibilidad de gastar. No se construye una red así de la noche a la mañana y la ausencia de ésta se volverá políticamente más problemática conforme la población siga envejeciendo.

En forma por demás inconveniente, el reciente enriquecimiento de un estrato de la población china ha provocado tensión social donde antes no la había. La gente era más pobre, pero también lo era en forma más pareja. Nada recuerda más la pobreza y la privación que ver cotidianamente a otros sin ese problema. Si medimos la desigualdad por medio del índice Gini, por ejemplo, la sociedad China está aún más polarizada que países como México, Irán o Tailandia.

En forma preocupante, la participación del ingreso familiar sobre el Producto Interno Bruto ha decrecido. Es interesante ver que la participación de los impuestos dentro de la economía ha aumentado 50% en los últimos quince años. Igualmente, ha aumentado el peso en la economía de las utilidades generadas por las empresas monopólicas del estado. Esa condición lleva a que la gente pague tarifas desproporcionadas por los bienes y servicios públicos recibidos, lo cual equivale a que estén pagando un impuesto adicional en forma indirecta. ¿Cómo puede aumentar el consumo cuando una parte creciente del ingreso de las familias va a parar a las arcas del fisco?

Como dije antes, 88% del crecimiento en el producto chino ha provenido, este año, de inversión. La inversión se financia mediante crédito. Otro fenómeno adyacente de que el gobierno “invite” a los bancos a abrir la llave del crédito es que, por como funciona el sistema, los bancos luchan unos con otros para mostrar lo obedientes que son y salir adelante en la foto. Prestarán y prestarán a manos llenas, pero a la hora de cobrar vendrán las dificultades. El crecimiento de la cartera vencida de los bancos acabará afectando a las perspectivas futuras del aumento en el gasto de los consumidores, pues limitará aún más la capacidad de los bancos para otorgar crédito al consumo.

Las pequeñas y medianas empresas no se han beneficiado, en lo absoluto, del descomunal incremento en el otorgamiento de crédito. De hecho, el crédito para estas empresas ha disminuido. Para salir bien en la foto, pero evitando poner demasiado capital en riesgo, los bancos estatales le han prestado más a las empresas estatales; no siempre para proyectos concretos o con una finalidad clara. La Corporación Industrial de Aviación China (AVIC), por ejemplo, recibió crédito por el equivalente a 35 mil millones de dólares en el segundo trimestre. Este crédito provino de once bancos diferentes. Esto, a pesar de no tener algún proyecto concreto que estén buscando financiar. A la larga, al prestar a este tipo de corporación hay, al menos, una garantía estatal implícita. Como hemos podido atestiguar en el caso estadounidense, estas garantías acaban volviéndose obligaciones fiscales, usualmente en los momentos en que son menos bienvenidas.

Confucio decía que “no hay que apagar con fuego un incendio ni con agua una inundación”. Es ese el riesgo de este modelo que busca mantener el crecimiento recurriendo al recurso agotado de la inversión. La explosión en el gasto público pudo haberse orientado hacia infinidad de estrategias que elevarían los niveles de consumo. Al haber privilegiado la inversión, cuando menos se necesita, se corre el riesgo de agravar el problema de la creciente capacidad instalada ociosa. En la industria del acero, por ejemplo, se están produciendo 470 millones de toneladas al año, teniendo capacidad para producir 600 millones. La industria del cemento opera a 70% de su capacidad. Esta situación llevó a que el gobierno “congelara” proyectos de expansión en ambas industrias por los próximos tres años. Si el mercado se hubiese encargado de distribuir esos recursos, quizá se hubiera evitado llegar al punto actual.

A corto plazo, el problema de capacidad excesiva puede llevar a una situación deflacionaria que sería muy inoportuna, ante el inflado (aunque bastante menos ahora que cuando empecé a escribir del tema) mercado accionario chino, pues provocaría una baja en la capacidad de las empresas para generar utilidades en un momento en el que los precios de las acciones están descontando robusto crecimiento.

A la larga, sin embargo, la principal amenaza es la de la hiperinflación, por razones que desarrollaré más en mi próximo escrito.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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