Vlady: Un dibujante peligroso

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La crítica de arte Lelia Driben, autora además de la novela Donde ellos vivían, parte en este ensayo de la  retrospectiva de dibujo que el Museo de Arte Moderno presenta del pintor ruso-mexicano Vlady para acercarnos a la intensa vida y la inobjetable obra de este artista singular del siglo XX mexicano.  
Vlady, el artista que vivió múltiples destierros y llegó a México en 1943 junto a su padre, el poeta Víctor Serge, expone una amplia retrospectiva compuesta por 173 dibujos en el Museo de Arte Moderno hasta el 10 de marzo de 2001. Vlady nace en 1920 en Petrogrado, pero trece años después conoce su primer exilio, en Oremburgo, hasta que en 1936 deja Rusia después de vivir cuatro años en Kazajastán, siempre junto a Víctor Serge. Pasan por Bélgica y más tarde residen en Francia. El joven trashumante quiere alistarse como voluntario en las filas republicanas durante la Guerra Civil Española, pero no es aceptado. Entonces comienza a perfilar sus primeras formas en los talleres de Wifredo Lam, Joseph Lacasse, André Masson y Aristide Maillol. Pero llega 1942 y, a causa de la ocupación nazi en Francia, los Serge deben abandonar Europa. Así se inicia un periplo por Marsella, Martinica, República Dominicana, Cuba y finalmente México, donde padre e hijo se establecen para siempre. Serge muere en 1947 y Vlady —con sus actuales ochenta años— sigue viviendo en este país, en una casa de Cuernavaca, con su mujer, Isabel Díaz Fabela. Desde 1950 tiene la nacionalidad mexicana.
     ¿Cuál es la tierra de pertenencia cuando se ha vivido en tantos sitios? Seguramente esa que nos alberga desde hace muchos años, pero también el suelo de la memoria, tamizado por éste, el del presente, que no necesariamente nos coloca en estado de tránsito, porque cuando se ha conocido el tránsito se hace más nítida la permanencia; siempre en cruce, eso también es cierto. Vlady es un viajero constante y, entre 1950 y 1961, participa en varias exposiciones internacionales: primera y segunda Bienal de París; Bienal de Sao Paulo, Brasil; iv Bienal de Tokio; Bienal de Córdoba, Argentina; Feria Mundial de Osaka; Confrontación 66, México, y un etcétera que se prolongará a lo largo de los años. En 1968 recibe la Beca Guggenheim. Durante la década de los cincuenta será decisivo en el nacimiento de la Generación de la Vanguardia mexicana. Entre los muros de su casa surgen varios talleres donde trabajan los artistas y la galería Prisse (1951), donde expondrán por primera vez Alberto Gironella, Enrique Echeverría y José Luis Cuevas. También entre esos cuartos y estancias se dirimen intensamente las discusiones culturales del momento.
     Pero vayamos por fin a su actual exhibición en el Museo de Arte Moderno. Curada por Tomás Parra, es la primera retrospectiva de dibujos que Vlady realiza en México.

Y allí se ve su prodigiosa calidad en esa disciplina que tiene como protagonista central a la línea, la línea ricamente huérfana de los revestimientos de la pintura, desalojada de ésta. Claro que en el dibujo de Vlady hay otros alojamientos, la grafía, por ejemplo, recogiendo la lección picassiana. O bien esos retratos claramente figurativos en donde, como si se deslizara por un túnel de señales invisibles, Vlady llega a una honda captación del modelo. Así se ve una acuarela de 1936 que reproduce vigorosamente el rostro de Boris Eltsin, quien fuera asesor de Lenin. Hay asimismo, elaborada con carboncillo, una cabeza de Víctor Serge (1937), un esbozo en tinta china del perfil de André Gide (1938) y el triple rostro de André Bretón (1940) perfectamente demarcado mediante el solo transcurrir de la línea, y una cara suavemente sombreada de Tarov (1938). También hay, cómo no, algunos autorretratos (véase ese que está en la tapa del catálogo, con ojos incisivos y colmado por la grafía) y una toma de Gironella (no Alberto) en la intimidad, acostado en su cama, que emerge como uno de los mejores dibujos realistas de la muestra.
     Es importante resaltar los contrastes, la manera con la que el dibujo de Vlady discurre desde estructuraciones abigarradas en cuyo despliegue asoma un imaginario fantástico y otros trabajos marcados por una máxima síntesis, por el esbozo o la concretud esencializadora de la figura. En la primera de estas zonas las formas se fijan sobre el papel mediante entrelazamientos continuos que dinamizan la composición y dan, a la imagen total, una densidad dramática. "El punto de vista femenino" (1973), "Sin título" (sodomización) de 1970 y otro "Sin título" (1973) donde el color alterna con áreas en blanco y negro, resultan claros ejemplos de tal procedimiento. Cabe destacar, igualmente, la serialización de líneas quebradas pero continuas que entregan a la visión un efecto electrizantemente móvil, como en "Lear" (1961). Estos dibujos de línea repetitiva que se curva en arabescos o en netos cambios de dirección —procedimiento abstractizante a través del cual Vlady consigue acercarse, con base en distintos grados, al modelo real— parecen además dibujar el aire, y esa puntuación del aire se acentúa cuando el pintor aborda el paisaje. Claro que la figura y, en especial, la femenina, constituyen un tema recurrente en la obra de este autor. También el erotismo, en su más alta frecuencia vanguardista. Y con ello una sensualidad y una captura del modelo que reafirma el nombre de esta retrospectiva: "Modelo interior". Vlady, en efecto, sabe penetrar los estadios profundos del dibujo y de sus referentes con un talento fuera de lo común. –

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