Javier Calvo: “En los años sesenta en Teruel, Labordeta fue un padre, un amigo, un espejo donde mirarse”

El director aragonés acaba de estrenar el documental 'Años de luz', sobre la efervescencia cultural en el Teruel de los años sesenta.
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Javier Calvo Torrecilla (Zaragoza, 1971) se formó con Bigas Luna y se ha curtido en numerosos proyectos de ficción y cine científico y documental. Ha dirigido series como Entre2Aguas, para TVE/MOVISTAR, y Capacitados, para TVE/ONCE, y cuatro temporadas y 29 programas de Sin cobertura, sobre el universo rural, la soledad y las segundas oportunidades, para Aragón TVE. Su primera película de ficción, Cariñena, está en proceso de montaje. Y acaba de estrenar el documental Años de luz, de 70 minutos, que cuenta una aventura de conocimiento, de amistad y libertad en los años 60 con José Sanchis Sinisterra, José Antonio Labordeta y Eloy Fernández Clemente como protagonistas. Y con ellos jóvenes alumnos como Joaquín Carbonell, Manuel Pizarro o Federico Jiménez Losantos. La periodista de la SER Concha Hernández ha definido el documental como “un testimonio irrepetible que debería ser enseñanza obligatoria para todos los alumnos de este siglo XXI carentes de referencias y desconocedores de aquellos Años de luz”. 

¿Cómo definiría Años de luz, el documental que acaba de presentar en Teruel?

Siempre he pensado que Años de luz es un cuento. Conforme fui recopilando información, entrevistándome con sus personajes principales, investigando…me di cuenta de que esta historia tenía ciertas semejanzas con las historias de Dickens. Arranca con la peor de las guerras, atraviesa una posguerra durísima donde niños malvivían en pueblos pobres, duros y fríos. Niños que tenían desde su nacimiento una vida trazada, una vida miserable pegada al arado o la mina. Pero llega un milagro, el milagro de la educación, de la posibilidad de escapar de esa vida a través del conocimiento. Y aquí llega el hecho diferencial, en ese momento el azar toma su protagonismo y se da la confluencia de unos profesores jóvenes con ganas de experimentar (José Antonio Labordeta, José Sanchis Sinisterra, Eloy Fernández Clemente, entre otros) y unos alumnos ávidos de escuchar y proponer (Joaquín Carbonell, Manuel Pizarro, Federico Jiménez Losantos, Carmen Magallón…). Todo ello en un contexto muy complicado de represión y donde el poder de la iglesia era muy fuerte. La unión de todos estos componentes me ha dado la oportunidad de construir el documental con una línea narrativa muy clara, incluso clásica, pero llena de matices y que me vinculaba estrechamente con la idea del cuento.

¿Por qué lo ha titulado por vía metafórica, con esa rotundidad?

El concepto Años de luz me remite a William Wordsworth y su “Oda a la inmortalidad”, y a la película Esplendor en la hierba de Elia Kazan. Conforme iba entrevistando a todos los personajes de aquella generación me di cuenta de que existía un hilo invisible de ternura y cariño que les seguía uniendo transcurridos cincuenta años y que esos años de formación, esos años donde todo es posible eran la arcadia perdida de todos ellos, de ahí esos Años de luz, un haz de luz que iluminó por un breve tiempo aquella sociedad y aquella ciudad oscura y triste.

Reconoció de partida que sabía poco de lo que ahí se contaba: la historia del Colegio Menor San Pablo y el instituto Ibáñez Martín, que lleva el nombre de un ministro de Franco. ¿Qué se ha encontrado? ¿En qué medida entiende que es una historia que trasciende lo local?

He encontrado una historia apasionante, una historia que es necesario, casi obligado, contar a las nuevas generaciones porque fuera del ámbito de Teruel y de personas muy concretas de aquella generación no se conoce en el resto de Aragón y por supuesto es absolutamente desconocida en el ámbito nacional. Aragón es esa región enorme en tamaño y pequeña en población que pasa absolutamente desapercibida en el resto de España, tal vez porque su inquietud nacionalista nunca ha sido ni excluyente ni contra nadie. El aragonesismo se ha tejido como un sentimiento de orgullo nostálgico, como una eterna sensación de añoranza del reino perdido, como un sentimiento de tristeza de los que se fueron, de la casa abandonada y de la tierra yerma. Tengo la certeza de que, si esto hubiera ocurrido en Madrid, hablaríamos de una Segunda Residencia de Estudiantes, porque se dan componentes que remiten a una historia casi épica y universal: guerra, pobreza, niños, profesores, presión política, triunfo y, finalmente, olvido.

Vayamos con la atmósfera. ¿Qué diría que sucedía en aquel Teruel, que aún no se había olvidado de una impresionante batalla, con nombres como Robert Capa, Ernest Hemingway, Rey D’Harcourt, Centelles y muchos militares y muchos soldados anónimos y no tan anónimos?

Teruel fue un segundo Alcázar de Toledo para Franco, fue una batalla terrible donde a los bombarderos de la Legión Cóndor se le sumó un invierno crudo, uno de los más fríos desde que se tienen datos. Las brigadas rusas, de hecho, llamaron a Teruel la “pequeña Siberia”. La ciudad quedó devastada y su reconstrucción duró décadas. Manuel Pizarro, que vivía allí, recuerda que su infancia transcurrió jugando entre esas ruinas. En medio de ese Teruel por reconstruir, con un peso importantísimo en la sociedad de la Iglesia y un fuerte control del Gobernador Civil, comenzó a gestarse ese milagro del Colegio Menor San Pablo. Como decía Eloy Fernández Clemente “el colegio menor era la punta del iceberg, pero debajo existía la base de ese iceberg, una sociedad que tenía ansias por cambiar y que poco a poco se iba consiguiendo”.

Vayamos con algunos nombres propios de impacto nacional que ya viene citando. José Antonio Labordeta y su mujer Juana de Grandes, profesora de clásicas; el historiador y periodista Eloy Fernández y Marisa Santiago, su esposa, profesora también; el dramaturgo José Sanchis Sinisterra y Magüi Mira, su esposa y futura actriz y directora teatral, ambos en activo… ¿Qué significó para ellos este momento? ¿Cuál fue su protagonismo?

Fue una generación heterogénea en cuanto a sus trayectorias anteriores, pero en Teruel, en el Instituto Ibáñez Martín, daban sus primeros pasos en la docencia. Labordeta venía de pasar unos años en Francia y Cataluña, Sanchis Sinisterra, de dar clases en la Universidad de Valencia, convivir con Raimon y recibir premios universitarios de teatro, y Eloy Fernández Clemente regresaba de Madrid, donde se vivía un ambiente más aperturista y cosmopolita. Para todos ellos llegar a Teruel, a esa ciudad pequeña y olvidada para el resto de España, supuso una oportunidad para poder experimentar y proponer otra forma de relación con el alumno, otra forma de educar donde la línea de conversación fluía en las dos direcciones. Por afinidades políticas y culturales, rápidamente estos profesores y muchos de sus alumnos formaron una “extraña tribu”, como acuñaba Sanchis Sinisterra. Labordeta, sin ningún afán de protagonismo, se erigió en líder de ese grupo, un líder natural, carismático y generoso. En torno y junto a él, Sanchis, Eloy Fernández Clemente y otros profesores como Jesús Oliver o Agustín Sanmiguel, comenzaron a proponer muchas actividades extraescolares (teatro, radio, prensa, debate, música…) en el Colegio Menor San Pablo. 

Hay otro personaje clave, hoy nonagenario, Florencio Navarrete. ¿Cuál fue su visión, su coraje, su intuición?

Si Labordeta fue el eje emocional y cultural de este movimiento, Florencio Navarrete fue el motor, el hombre en la sombra, el claro artífice de que todo esto pudiera desarrollarse. Navarrete venía de Madrid, donde había estudiado en el colegio de preparación militar dirigido por Luis Pinilla. La forma de funcionamiento interno de este colegio era muy innovadora, los propios alumnos gestionaban y organizaban hasta la comida. Con este ejemplo, Navarrete regresa a Teruel y funda el Colegio Menor San Pablo. Don Florencio era un hombre conservador, pero sobre todo era y es un hombre sensato y un “hombre bueno” en la máxima expresión de la palabra. Su apuesta clara fue dejar hacer y rápidamente capta a Labordeta para que sea su jefe de estudios y comience a desarrollar actividades en el centro. Además de la importancia de los profesores que comienzan a desarrollar propuestas, Navarrete otorga total protagonismo y responsabilidad a los alumnos que vivían en el centro y ahí es donde jóvenes como Joaquín Carbonell, Federico Jiménez Losantos, Pedro Luengo y otros muchos, comienzan a establecer una relación fluida con los profesores. Por tanto, esa figura de mediación, de sostén y de trabajo en la sombra resulta capital para entender lo que allí sucedió.

Hay muchos alumnos de mérito, reconocidos hoy en día en diversos campos: el periodista y escritor Federico Jiménez Losantos; el cantautor y periodista Joaquín Carbonell, fallecido por coronavirus; la profesora, científica y poeta Carmen Magallón; el historiador José Serafín Aldecoa; el profesor Pedro Luengo, el economista y abogado Manuel Pizarro. ¿Qué significó para ellos ese momento, cómo lo vivieron, qué poso les dejó?

Todos estos niños venían de pueblos muy humildes de la provincia de Teruel, pueblos de subsistencia en el mejor de los casos y donde el eco de la guerra aún se hacía notar. Para todo ellos llegar a Teruel era como llegar a la quinta avenida de Nueva York, veían coches, tiendas, cines. Hay que tener en cuenta que eran niños de 11 o 12 años que prácticamente no habían salido de sus pueblos y que de golpe tienen que vivir solos en la “gran ciudad” de Teruel. Con ese sentimiento de soledad y orfandad, encontrarse con otros niños y con profesores jóvenes, fue para ellos como encontrar una nueva familia con nuevos hermanos y padres. Por otra parte, estos niños eran brillantes, los mejores de cada pueblo, que estudiaban gracias a las becas rurales que se comenzaban a implantar. Tenían la obligación de sacar medias excelentes para seguir estudiando, así que todos ellos eran muy conscientes y responsables. Tenían claro que, si querían huir del arado o de la ganadería debían estudiar, así que se agarraron con fuerza a esta oportunidad. Y aquí se da un hecho determinante para que explote esa generación… 

¿A qué se refiere?

A la combinación de esos estudiantes ávidos por conocer con estos profesores jóvenes que les proponían una nueva forma de relación y que tenían muy en cuenta sus opiniones y propuestas. Hoy, pasados cincuenta años, todos ellos relatan esos años como sus años claves y determinantes en su formación cultural y emocional.

Una de las cosas más impactantes es cuando Jiménez Losantos dice que dejó de creer en Dios para creer en Labordeta… ¿Cree que fue así?

Fuera del ámbito de los paulinos esta afirmación puede resultar extraña, casi un chiste, pero si se conoce la intrahistoria se comprende perfectamente. Niños como Jiménez Losantos, Manuel Pizarro o Carmen Magallón encontraron en la figura de Labordeta a un padre, pero también a un amigo, a un espejo donde mirarse, a un ejemplo de cómo ser y estar en la vida. Losantos relataba emocionado cómo todos los compañeros del colegio, con Labordeta a la cabeza, le acompañaran a su pueblo, Orihuela del Tremedal, en el entierro de su padre. Cuando regresó a Teruel del entierro, entendió claramente que el papel de padre ahora lo tenía en José Antonio Labordeta y que sus compañeros más cercanos se habían convertido en sus hermanos, sintió que todos ellos a partir de ese momento se habían transformado en su familia. El día del estreno del documental se me acercó una persona y me dijo que el documental se tendría que ver en todos los sitios en estos tiempos en los que la confrontación y las palabras gruesas lo dominan todo. Al fin y al cabo, y aunque parezca un pensamiento ingenuo, a todos nosotros nos unen muchas más cosas de las que nos separan. El ejemplo de amistad y fraternidad de Losantos y Labordeta, situados políticamente en los extremos, es un claro ejemplo de ello.

Ya que dice esto, casi me veo obligado a preguntarle: ¿cómo definiría la relación entre los alumnos y sus profesores, qué grado de complicidad y camaradería se establecía?

La clave, como he citado anteriormente, fue que estos jóvenes profesores tenían ganas de “escuchar”, un verbo actualmente en desuso. Se estableció un diálogo de iguales entre profesores y alumnos, de proyectos compartidos, de ilusiones y aspiraciones. Emilio Lledó dice que la esencia de la educación “es mostrar el mundo como posibilidad”, sugerir, crear libertad a través del conocimiento, abrir las puertas y ventanas de la reflexión y del pensamiento crítico. Estos profesores que podrían vincularse con el Juan de Mairena, de Machado, trabajaron bajo esas premisas seguramente de un modo natural, sin proponérselo, siguiendo intuiciones y el sentido común. 

La intuición es buena y bella, pero no sé si exagerada.

No hay que dejar de lado, evidentemente, el momento histórico tan complejo, el estado de excepción de 1969 y un tardofranquismo que se agarraba fuerte a sus convicciones pero que comenzaba a ser consciente de una nueva realidad que poco a poco iba ganando espacios. Por tanto, ambos colectivos, profesores y alumnos, formaron un grupo unido y cómplice frente a una sociedad triste y gris. Sanchis Sinisterra habla de aquella época en Teruel y de la relación con sus compañeros y sus alumnos como la formación de “pequeñas islas de libertad”.

¿Se sostiene de verdad que el movimiento de canción de autor de Aragón nace en Teruel, por entonces?

Absolutamente, y confirmado por el propio José Antonio Labordeta y por testigos (Losantos, Sinisterra, Eloy, Luengo…) de la primera vez que le oyeron cantar canciones compuestas por él que hablaban de Aragón en una noche de San Juan en el patio del colegio menor San Pablo. Labordeta había estado en Francia y había escuchado a Georges Brassens pero no componía, le gustaba cantar música popular y rancheras. Fue la llegada de Sanchis Sinisterra quien provocó que Labordeta compusiera, le animó a cantar sobre lo que él veía y vivía. Sobre las arcillas cercanas a su casa en las afueras de Teruel o los leñeros que bajaban de los pueblos de montaña para vender leña y piñas. A esto se le sumó la vocación aragonesista de Eloy Fernández Clemente que también le incitaba a que compusiera y lo hizo para el propio Eloy, con su canción “Aragón”. 

Jiménez Losantos escribió que Teruel era la ciudad más avanzada de España pero no lo sabían en España, y en Teruel tampoco.

No creo que fuera avanzada, más bien, no importaba a nadie. Esa indiferencia y el hecho de ser una ciudad muy pequeña donde todos se conocían propició que ese pequeño grupo de profesores y alumnos actuara con una libertad “provisional” y que sus actividades, sus actuaciones de teatro, incursiones en la radio, en la prensa o la música se contagiaran rápidamente a toda la ciudad. 

¿Qué sucedía con la censura? ¿Cómo se sorteaba?

En esa “libertad provisional” a la que aludía entra en juego la censura y el control del Gobernador Civil. El grupo de profesores era observado y espiado: cartas no entregadas o abiertas, control telefónico e incluso una denuncia sobre la formación de un grupo “maoísta que corrompía a la juventud turolense” que afortunadamente se frenó por la intervención del padre de Manuel Pizarro. En una ocasión el jefe de la político-social le dijo a Labordeta que no entendían cómo tanto él como Eloy Fernández tenían sus familias y sus hijas y que pasearan por la ciudad como gente normal y que en cambio fueran “tan rojos”. Ese es un buen ejemplo del ambiente de control, miedo a lo desconocido y casi ingenuidad de aquella sociedad. Por otra parte, me parece que el documental manda un mensaje muy necesario en estos tiempos de bipolaridad política y social. La importancia de escuchar al otro, de acercarnos al contrario y la necesidad de la educación y el pensamiento crítico como herramientas para crear una sociedad en verdadera libertad.

El dramaturgo Sanchis Sinisterra, tras ver el documental, le dijo que era una historia coral y que cada uno tenía su protagonismo. ¿Cuál era su intención?

Me encantó que un autor tan exquisito y exigente como Sanchis Sinisterra captara esa construcción narrativa coral porque realmente la busqué desde el comienzo. Desde el principio de la escritura de guion e incluso antes, desde que fui documentándome, entendí que esta historia, aunque tuviera protagonistas claros, era una historia coral, era la historia de una generación compuesta por un grupo de profesores y alumnos y que la suma de todos ellos hizo posible el “milagro” del San Pablo. Por ello, incluso en la fase de montaje fui equilibrando intervenciones porque, aunque todos los personajes hablaran de lo mismo, cada uno de ellos tenía matices y recuerdos diferentes. 

Al principio de la entrevista decía que Años de luz es una historia dickensiana que explica muchas cosas: por ejemplo, el éxodo rural. ¿Está eso en la película?

Me remite a Dickens por la orfandad de los niños, la pobreza de la sociedad, y esa historia de pesadumbres y superación. Una vez terminado todo mi proceso de investigación, comprendí que para explicar y comprender la dimensión real de lo que ocurrió en esos Años de luz, era muy importante saber de dónde venían estos niños y conocer un poco cómo eran esos pueblos de la provincia. El éxodo rural es un drama que Aragón y más en concreto, la provincia de Teruel, vive hace casi un siglo y en mi historia también se dibuja tanto la vida en los pueblos como la inevitable marcha de los mismos.

También anda por ahí otro tema: la revista y periódico Andalán, que se fundó en 1972 y desapareció en 1987. ¿Cree que le debe algo a Teruel?

No es que le deba algo, le debe todo. Andalán se gestó en Teruel en la cabeza y corazón inquieto de Eloy Fernández Clemente. Eloy recordaba que era en los paseos que daba por los alrededores de Teruel con Labordeta donde se comenzó a gestar la idea de publicar una revista que aunara la historia, la cultura, la sociedad aragonesa con un objetivo claro, que la gente conociera más su tierra para que así la pudiera amar y defender. Juana de Grandes resaltaba un matiz importante, seguramente desconocido para la mayoría, “José Antonio era un ciudadano del mundo, tenía ansias de conocer el mundo; pero Eloy tenía una idea diferente, el mundo, pero a través de Aragón”. El andorrano Eloy Fernández Clemente, director de la Gran Enciclopedia Aragonesa o los cuatro volúmenes de Gente de Orden (sobre los años 20), es sin duda el creador del Aragón moderno y Labordeta le siguió, y Andalán fue una herramienta imprescindible para entender ese sentimiento aragonesista que se instauró en el colectivo a mediados de los años setenta y que hoy sigue vigente. Las trabas gubernativas no posibilitaron que Andalán comenzara a publicarse en Teruel. 

Se haría al año siguiente, ya en Zaragoza.

Sí, sí. Se publicó al año siguiente, en 1972, en Zaragoza, con su puesta de largo en Aínsa, la bella localidad oscense, pero el germen sin duda, está en Teruel. Para acabar me gustaría decir que el documental ha sido producido por Varykino Films y Aragón TV, cuenta con el apoyo del Gobierno de Aragón, con los Fondos FITE, el Instituto de Estudios Turolenses y la Institución Fernando el Católico.

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es escritor y responsable del suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Entre sus libros recientes están Golpes de mar (Ediciones del Viento, 2017) y Cariñena (Pregunta, 2018)


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