Fabrizio Mejía Madrid: el arte de no dar crédito

Todo plagiario parte de una enorme omisión, la de omitirse a sí mismo la verdad de saber que no es el autor de lo que firma.
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El plagiario es un incrédulo: no da crédito a lo que escribe
Merlina Acevedo

 

Hace poco, el señor Fabrizio Mejía Madrid, escritor de combate y vanguardia popular, publicó en la revista Proceso un artículo íntegramente plagiado que titula El intelectual. No es raro: desde hace tiempo este señor vive de saquear a otros.

En este caso, “El intelectual” es una especie de propuesta sobre cómo deben ser los intelectuales de México en este epopéyico periodo de su historia que el Primer Magistrado ha bautizado como “La Cuarta Transformación”.

El escrito tiene dos registros. Por un lado, transformado en fiscal, el señor Fabrizio acusa a Enrique Krauze de “delito electoral” y de “grave violación social” (sic). Esto a raíz de que un señor equis lo acusó de dirigir una “campaña sucia” contra el Primer Magistrado. Krauze –cuyas críticas a ese Primer Magistrado, y a otros muchos, han sido siempre públicas– negó la acusación. Y el actual Primer Magistrado declaró que si bien “tiene una postura política no afín a la nuestra” Krauze se “merece todo nuestro respeto” y hasta concedió la gracia de agregar que “no vamos a perseguir a nadie por sus ideas”. 

Para eso está el fiscal Fabrizio que, transformado en juez, encontró sumariamente culpable a Krauze y dictó sentencia tajante. Tal sentencia aporta el segundo registro de “su” escrito.

Según el juez Fabrizio, los intelectuales buenos como él “nos ayudan a reflexionar, a hacer más profunda la comprensión del presente, a contrastar ortodoxias y realidades” (sic). En cambio quienes sufren un “desmoronamiento de las cualidades intrínsecas” y provocan una “disfunción del intelectual en nuestra sociedad”; aquellos en cuyo “comportamiento hay una traición a la sociedad, a su público, y a lo que dicen representar”; en fin, aquellos que se basan “en la mentira, en la mediocridad del maniqueísmo, en la pereza mental” son unos intelectuales muy, pero muy malos. 

Para demostrar que él es intelectual bueno que no traiciona a la sociedad, el señor Mejía Madrid –transformado ahora en compulsivo caco– proceda a cometer un plagio, pero un plagio bueno. No un plagio mentiroso, maniqueo, mediocre ni perezoso mental, sino un plagio verdadero, matizado, excelente y, desde luego, muy trabajador. 

En este caso (porque hay muchos, muchos otros), el objeto de su robo es un libro del pensador palestino Edward Said, Representaciones del intelectual.

Todo el artículo “de” Mejía Madrid puede cotejarse con ese original de Edward Said, por lo que me limito a poner solo las muestras más evidentes.

El plagiador escribe:

Por lo tanto, lo que Gramsci acuñó en sus Cuadernos de la cárcel como “intelectual orgánico” describe la forma en que un estudioso está conectado con una clase social o una empresa que se sirven del intelectual para darle justificación a sus intereses y aumentar así su control.

Y escribe Said:

los intelectuales orgánicos; que en opinión del pensador italiano [Gramsci] están conectados directamente con clases o empresas que se sirven de los intelectuales para organizar intereses, aumentar el poder y acentuar el control que ya ejercen.

El plagiario:

La segunda imagen del intelectual es la que Julien Benda teje en La traición de los intelectuales.

Y Edward Said:

En el otro extremo aparece la famosa definición de Julien Benda de los intelectuales.

El plagiario:

La otra vertiente: el experto. Durante toda la campaña y hasta ahora son estos académicos los que degradan la idea social del intelectual, dedicados a agitar sus credenciales doctorales y a intimidar a los inexpertos.

Y Edward Said:

Los técnicos ufanos de sus credenciales académicas y de una autoridad social que no promueve el debate sino que se limita a establecer reputaciones y a intimidar a los inexpertos.

El plagiario:

Estos “clérigos” no sirven más que a su propia conciencia moral y no se esconden de la vida en torres de marfil. Al contrario, Benda concibe a los intelectuales como “movidos por desinteresados principios de justicia y verdad, denuncian la corrupción, defienden al débil, se oponen a la autoridad opresiva”.

No es Benda quien escribe eso, sino Said explicando a Benda:

Los auténticos intelectuales nunca son más ellos mismos que cuando, movidos por una pasión metafísica y por desinteresados principios de justicia y verdad, denuncian la corrupción, defienden al débil, se oponen a una autoridad imperfecta u opresiva…

(El mero hecho de que Mejía Madrid crea que la palabra clérigos que emplea Benda [clercs] significa “curas”, evidencia que nunca lo ha leído y no deja de provocar una conmovida hilaridad…)

El plagiario (a quien por lo menos le pagan el partido Morena –del que es consejero–, el FCE, Carmen Aristegui y la revista Proceso):

Leer o escuchar a un experto solo para preguntarnos: ¿sostiene un punto de vista independiente o es vocero de un gobierno, de un grupo de presión, de una causa organizada? ¿Quién le paga por su opinión?

Y Edward Said:

Lo que oímos o leemos, ¿es un punto de vista independiente, o representa el parecer de un gobierno, de una causa política organizada o de un grupo de presión?

El plagiario (que así nomás al vuelo piensa mucho en los intelectuales):

De todos los intelectuales que podemos nombrar al vuelo: Bertrand Russell, Noam Chomsky, Hannah Arendt, Susan Sontag, Jean-Paul Sartre, quizás éste sea el más emblemático. “Soy un autor, ante todo, por mi libre intención de escribir –explica en su texto de 1947 ¿Qué es literatura?–. Pero inmediatamente después viene el hecho de que yo me convierto en un hombre que otros consideran escritor, es decir, alguien que debe responder a cierta exigencia y que ha sido investido de una determinada función social.”

Y Edward Said:

En su profesión de fe como intelectual publicada en 1947, ¿Qué es literatura?, Sartre utiliza el término “escritor” con preferencia a “intelectual”, aunque es evidente que está hablando del papel del intelectual en la sociedad, como se demuestra en el siguiente (todo en masculino) pasaje: ”Soy un autor, ante todo, por mi libre intención de escribir. Pero inmediatamente después viene el hecho de que yo me convierto en un hombre a quien otros hombres consideran escritor, es decir, alguien que tiene que responder a determinada exigencia y ha sido investido de una determinada función social.”

En este punto sucede algo singular en la cabeza depredadora del caco: un instante de culpa que lo lleva a mencionar al autor robado, pero no para darle el crédito que merece, sino para esconderlo aún más, mencionándolo de pasada y nunca como el autor de lo que está robándole

El plagiario culposo:

Está claro, entonces, que la representación del intelectual en nuestras sociedades no es una decisión propia del escritor sino también de quienes le atribuimos una función colectiva. Sea “orgánica”, “moral” o “social”, está dotado de la “facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión para y en favor de un público”, como explica el pensador palestino Edward Said.

Toda la glosa comentada que hace Said de La educación sentimental, la novela de Flaubert, la repite como propia nuestro valiente desvalijador, claro. Escribe:

Deslauriers pasa sucesivamente de “director de colonización en Argelia” a secretario particular de un pachá, a publicista de una compañía industrial.

Lo gracioso en este caso es que el culto Mejía se plagie de pasada a Flaubert, pues al plagiar a Said no le importa que esté citando al novelista:

Deslauriers pasa sucesivamente por los puestos de”director de colonización en Argelia, secretario de un pachá, gerente de un periódico, y agente de propaganda; … en la actualidad estaba empleado como procurador de una compañía industrial.”

Por último, un inesperado giro de estilacho. Escribe el cleptómano:

Lo que evocan es lo que describió apasionadamente Walter Benjamin: “Una sensibilidad inhabitual para lo sagrado, esta necesidad interior de penetrar más allá de la experiencia concreta inmediata…”

Bueno, Edward Said –que sí sabe anotar sus fuentes–  es muy claro:

Una de las definiciones canónicas del intelectual moderno es la que nos ofrece el sociólogo Edward Shils. Suena así: “hay algunas personas con una sensibilidad inhabitual para lo sagrado”.

No solo plagiado sino tergiversado… ¿Por qué cambió el asaltante a Shils por Walter Benjamin? Bueno, pues porque pocos saben quién es Shils, porque Shils era gringo y, peor, de la Universidad de Chicago y, en fin, porque al huachicolero de textos le parece que aporta más caché citar a Walter Benjamin: más vistoso y más… “intelectual”.

Bueno. Es muy divertido que el intelecacotual Mejía Madrid no haya entendido el argumento central del libro que se plagió: un intelectual es quien “le habla con la verdad al Poder”.

El señor Fabrizio Mejía Madrid, plagiario crónico y contumaz, no puede hablarle con la verdad al Poder, ni al Pueblo al que suele dirigirse, ni a quienes le pagan por mentir y robar, por una razón muy sencilla: no puede hablarse con la verdad ni siquiera a sí mismo.

Y es que todo plagiario parte de una enorme omisión, la de omitirse a sí mismo la verdad de saber que no es el autor de lo que firma.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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