El incansable Hitchens.

Christopher Hitchens (1949-2011)

      
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Christopher Hitchens ha sido uno de los grandes ensayistas de las últimas décadas. Combinaba amplios conocimientos históricos y literarios, una perspicacia infatigable, indignación moral, humor y descaro para defender la libertad individual y la democracia, y para combatir la superstición y la mentalidad totalitaria. Nació en Portsmouth en 1949; su padre era comandante de la Marina británica. Su madre, que se suicidó en Atenas, ocultó a sus hijos que era judía. Hitchens era un hombre del 68; estudió en Oxford y militó en un grupúsculo trotskista. Creía que era bueno viajar a países “en los que hay demasiada ley y orden, o demasiada poca” y en su juventud visitó la Cuba castrista, la Polonia comunista, la Argentina de la dictadura militar. Comenzó a trabajar como periodista y formaba parte de un grupo de amigos que incluye a Martin Amis, Salman Rushdie, James Fenton e Ian McEwan. A principios de los ochenta se trasladó a Estados Unidos, donde se convirtió en una figura importante del periodismo de izquierdas. Pero nunca se encontró cómodo en ningún campo: no le pareció mal la victoria de Thatcher, escribió un libro contra Clinton, se sintió asqueado al ver la tibia reacción de muchos izquierdistas ante la fetua de Jomeini a Rushdie y apoyó la intervención de la otan en Kosovo. La ruptura con muchos viejos camaradas se produjo a raíz de los atentados del 11-S. Frente a quienes buscaban las “causas” de los ataques, escribió:

Este es un momento tan bueno como cualquier otro para revisar la historia de las Cruzadas, o la triste historia de la partición de Cachemira, o las penas de los chechenos y los kosovares. Pero los terroristas de Manhattan representan el fascismo con un rostro islámico, y no tiene sentido emplear ningún eufemismo sobre eso. Lo que abominan de “Occidente”, por decirlo en una frase, no es aquello que los progresistas occidentales rechazan y no pueden defender de su propio sistema, sino lo que les gusta y deben defender: sus mujeres emancipadas, su investigación científica, su separación entre religión y Estado.

Algunos obituarios ofrecen explicaciones caricaturescas del apoyo de Hitchens a las guerras de Afganistán e Iraq: se habría convertido en un instrumento de Bush, por oportunismo o para compensar no haberse enrolado en la Marina. Pero el propio Hitchens veía la guerra de Iraq como una extensión de sus ideas internacionalistas –que le llevaban a interesarse por conflictos de todo el mundo– y como parte de la lucha contra el despotismo. Podría haber dicho que se equivocó por las razones correctas, pero no se retractó, aunque criticó la ejecución de la invasión y el recorte de libertades civiles en Estados Unidos y denunció la tortura. Se convirtió en un autor de éxito con un libro contra la religión, Dios no es bueno (Debate, 2008).En 2010, cuando acababa de publicar su autobiografía Hitch-22 (Debate, 2011), le diagnosticaron el cáncer de esófago que terminó con él en diciembre pasado.

Solía decir que la escritura no era su forma de vida, sino su vida. Escribió hasta el final, en decenas de publicaciones (entre ellas Letras Libres), y abordó una gran cantidad de temas: desde Churchill a Victor Serge, pasando por multitud de asuntos de actualidad, Proust, Nabokov, Obama, Rosa Luxemburgo, Pakistán, Corea del Norte, la metafísica de la palabra blowjob, la pena de muerte, el antisemitismo, la Biblia del rey Jacobo o su enfermedad. Su escritura está llena de información y observaciones brillantes, y de anécdotas y formulaciones inolvidables: “El mayor triunfo que pueden ofrecer las relaciones públicas modernas es el éxito trascendente de que tus palabras y acciones sean juzgadas por tu reputación, en vez de al revés”; “No puedes ser solo un poco herético durante mucho tiempo”; “Nunca olvidaré dónde estaba y qué estaba haciendo el día en que el presidente Kennedy estuvo a punto de matarme”. Algunos de sus mejores textos son ataques devastadores contra la hipocresía de Bill Clinton, el fanatismo de la madre Teresa, la demagogia de Michael Moore, los crímenes de Kissinger o la idea de Dios (un crítico escribió: “Hitchens por fin ha encontrado un adversario a su altura”). En YouTube hay muchas demostraciones de su habilidad retórica, que a veces dirigía contra antiguos aliados, como Gore Vidal o Edward Said.

Como su afición por el alcohol, el tabaco y la conversación, su faceta de polemista es célebre: el Vaticano lo llamó para que testificara contra la madre Teresa en su proceso de canonización. Pero también dedicó muchas páginas a celebrar la amistad, la libertad, la razón y los libros, tanto en sus memorias como en Amor, pobreza y guerra, Unacknowledged Legislation o Arguably. En su obra surge constantemente una tradición, en buena medida británica y literaria, que a menudo parecía su instrumento para entender el mundo. Además de Shakespeare, en ella figuran iconoclastas como Byron y Wilde, y autores de posiciones ideológicas muy distintas de las suyas, como Kipling, Auden, Waugh, Wodehouse, Powell o Larkin. Por encima de todos está George Orwell, al que dedicó un ensayo iluminador y que fue una referencia constante. Trotski, Marx y los debates de la extrema izquierda, decía, habían sido una escuela argumentativa, y le apasionaban los disidentes y los apóstatas: de Sócrates a Ayaan Hirsi Ali, pasando por Spinoza y Voltaire. Su antología Dios no existe es casi una historia de la libertad de pensamiento, y defendía a Estados Unidos como república ilustrada, basada en la libertad, la ley y la separación entre Iglesia y Estado: criticó las traiciones a ese ideal y escribió varios ensayos sobre los Padres Fundadores y dos hermosas biografías breves de Thomas Jefferson y de Tom Paine.

A Hitchens le gustaba encontrar las contradicciones de los demás y disfrutaba señalando las suyas. Se equivocó en algunas cosas, pero supo cambiar de opinión y acertó en aspectos esenciales: en su apología del individuo y la razón frente a las tiranías celestiales y terrenales, en su rechazo a la hipocresía y el dogmatismo, en su determinación de “combatir a los absolutistas y a los relativistas al mismo tiempo: sostener que no existe una solución totalitaria e insistir al mismo tiempo en que, sí, los de nuestro lado también tenemos convicciones inalterables y estamos dispuestos a luchar por ellas”. Acertó al señalar que es más importante cómo se piensa que lo que se piensa; que, cuando uno defiende una causa, debe correr el riesgo de ser un pesado, o de verse lejos de su tribu y en compañía poco recomendable. Esa defensa de la libertad de pensamiento va unida a una idea de la responsabilidad:

La labor habitual del “intelectual” es defender la complejidad e insistir en que los fenómenos del mundo de las ideas no deberían convertirse en eslóganes ni reducirse a fórmulas fáciles de repetir. Pero existe otra responsabilidad: decir que hay cosas sencillas y que no habría que oscurecerlas.

Bill Keller ha escrito que Hitchens tendía a tomarse el extremismo islámico como algo personal. Ese tono de implicación y cercanía, que lograba a través de una escritura extrañamente conversacional y de un narcisismo mitigado por la capacidad de reírse de sí mismo, estaba en muchos de los temas que trataba y era una de sus grandes virtudes. Contagiaba el entusiasmo, transmitía un horror casi físico por el totalitarismo y creaba complicidad con el lector. Se nota en algunos tributos que se han escrito después de su muerte: muchos esperábamos conocer la opinión vehemente y lúcida de Hitchens sobre lo que pasaba en el mundo. Para mí, leer y traducir sus textos ha sido un gran placer, pero sobre todo una educación. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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