Sentarse en la calabaza

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Mi amigo José Alejos, del Centro de Estudios Mayas de la UNAM, comparte conmigo un trabajo que tiene en prensa, titulado “Enthymemes Underlying Maya Mythical Narrative”, sobre este pequeño y encantador mito que repiten los itzá del norte de Guatemala y que fue originalmente recogido por el lingüista Otto Schumann:

 

Había una vez un niño desobediente al que le dijo su mamá: “Nunca te sientes en la calabaza.”

Un día el niño se sentó en la calabaza, que comenzó a corretear al niño. El niño corrió y corrió hasta que se encontró al jaguar, que le preguntó:

–¿Por qué estás corriendo?

–Por nada; es que la calabaza me anda correteando.

–Vamos a esperarla aquí, dijo el jaguar.

Poco después, escucharon un zumbido. El jaguar le preguntó al niño qué ruido era ese. El niño contestó: “Es que ahí viene la calabaza.”

“¡Ay, cuñado –dijo el jaguar–, esto no nos conviene!”, y se echó a correr junto con el niño.

Entonces se encontraron a un hombre que cortaba leña, que les preguntó por qué andaban corriendo.

–Nada, es que una calabaza nos anda correteando.

El hombre se asustó, dejó la leña y se puso a correr. Llegaron a la casa de una viejita que les preguntó:

–¿Por qué andan corriendo?

–Nada, es que una calabaza nos anda correteando.

–Métanse a la casa. No le tengan miedo a la calabaza que los corretea –dijo la viejita.

Entonces la vieja cogió su machete y se paró ante la puerta de la casa. Cuando llegó la calabaza y pasó frente a ella la cortó en dos pedazos, y entonces se vio que la calabaza es todo el mundo en el que estamos.

 

Schumann analizó el mito desde el punto de vista morfosintáctico, exclusivamente; Alejos lo hace desde el punto de vista mitológico. El niño es obviamente el “iniciado”; el jaguar amistoso, personaje frecuente en la mitología maya, simboliza el “poder político”. La vieja, que representa la sabiduría, la generosidad y el valor, “parece entender de antemano de qué se trata el asunto y es gracias a su actuación que los otros personajes tendrán acceso a un conocimiento interno del Mundo”. Porque, en efecto, como explica Alejos, la enigmática calabaza es metáfora del mundo y, por ende, en tanto que somos sus semillas, también engendramos mundos. Pero la calabaza es metáfora del mundo no sólo por su forma sino porque su interior es alimento que viene del cielo, del mundo subterráneo y del que se halla en medio,

 

habitado por incontables semillas que representan a los humanos y a todas las criaturas. Cada semilla está ligada al cielo o al mundo subterráneo con un hilo, una suerte de cordón umbilical, que la nutre. De este modo, la calabaza es imagen del mundo, pero también lo representa, así como a la liga que toda criatura tiene con el universo.

 

Al terminar, Alejos da cuenta de un hallazgo (2001) del arqueólogo William Saturno: un mural al norte del Petén (que fue territorio itzá) en el que aparece un objeto redondo, similar a una calabaza, del que mana sangre y del que salen cuatro listones que se atan a los vientres de cuatro humanos. Saturno también señala que en Teotihuacán se encontró una vasija que muestra a un danzante que acaba de salir de una calabaza cortada a la mitad.

Por otro lado, las resonancias míticas de la calabaza aparecen en muchas culturas. En su Dictionnaire des symboles, Chevalier y Gheerbrant explican que la calabaza es tan símbolo de fertilidad como lo son el limón, el melón y la naranja. En Laos se asume que todos nacemos de calabazas. En Tailandia, hasta los libros sagrados nacen de ellas. En vietnamita, la palabra calabaza es la misma que describe la forma del mundo. Entre los taoístas es símbolo de alimento e inmortalidad. Una calabaza ayudó a P’an Ku a sobrevivir el diluvio y probablemente P’an Ku mismo era una calabaza. Entre los chinos era símbolo de regeneración espiritual y puerta hacia la casa de los inmortales. Esta analogía “de lo arriba y lo abajo”, esencial en la organización de todo pensamiento religioso, me encanta: “El cielo que tiene la forma de una calabaza que el Sabio encontró dentro de sí mismo, es la caverna del corazón.”

Así pues, siempre hay que sentarse en la calabaza.

Me pregunto si habrá otra cultura que identifique la calabaza con la vagina de manera más “plástica”, como parece que lo hace la pintura que cita Alejos. Y la forma que tiene la calabaza en esa pintura intriga, porque es calabaza, claro, pero de la especie lagenaria siceraria, esas que tienen forma de jícara, pepónidas, cucurbitáceamente femeninas. La palabra, por cierto, deriva del latín cucurbita (“que se tuerce”), que dio cucurbaça, cacarbaça, cacabaça y, por cacofonía, finalmente, la sonora calabaça, como explica don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana. ~

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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